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Ibiza

Crisis migratoria en Ibiza y Formentera: allí donde se juntan pateras y cruceros

El puerto de Ibiza se convierte en el escenario de convivencia entre dos mundos opuestos

Vídeo: Llegada de migrantes a Botafoc, el puerto de Ibiza

Guillermo Sáez

Guillermo Sáez

Ibiza

A un lado, la vieja carpa del puerto de es Botafoc, recién habilitada para acoger a los migrantes que llegan en patera a las Pitiusas. Al otro, la flamante nueva estación marítima, punto de entrada de los cruceristas que llegan cada día al puerto. Y justo por encima de ambas, surcando el cielo de manera escalonada, sin pausa, todos los aviones que siguen la habitual ruta de aproximación para aterrizar en al aeropuerto.

Es agosto y todo el mundo quiere llegar a Ibiza. El viejo faro de es Botafoc asiste perplejo a esta esquizofrénica mezcolanza de gentes, casi una distopía donde el turismo de masas y la mera supervivencia se rozan sin llegar a fundirse. De eso se encarga la Policía Nacional, de poner orden bajo un sol de justicia que completa la escena.

Fila de migrantes esperando a ser atendidos por la Policía Nacional. | TONI ESCOBAR

Un guía turístico con los agentes de Policía al fondo / Toni Escobar

Esa es la realidad actual de Ibiza, que este miércoles se pudo contemplar con total nitidez en el puerto. Hasta allí fueron llegando decenas y decenas de migrantes que habían partido de Argelia y habían alcanzado con éxito su objetivo de llegar a las costas españolas, principalmente a Formentera, que está absorbiendo casi por completo esta explosión migratoria sin precedentes en las Pitiusas.

Tan solo un día después de que la vieja carpa fuera oficialmente abierta para estos menesteres, ya se quedó este miércoles pequeña y los trabajadores y voluntarios de la Cruz Roja tuvieron que realizar sus entrevistas en una mesa plegable instalada al aire libre.

Un operador turístico busca a sus clientes junto a la carpa de acogida. | TONI ESCOBAR

Fila de migrantes esperando para entrar en la carpa / Toni Escobar

A primera hora de la mañana, y después de otra noche de continuas llegadas de pateras, todos esos migrantes llegaron agrupados en un mismo ferri que atracó en el muelle de las barcas de Formentera, en la avenida de Santa Eulària, dentro de Ibiza ciudad.

Desde allí, fueron trasladados por turnos, de diez en diez, en un furgón que iba escoltado por otros dos coches policiales con las sirenas encendidas, arriba y abajo de la avenida del 8 d’Agost durante toda la mañana.

Dos migrantes recién llegados al puerto. | TONI ESCOBAR

Dos migrantes recién llegados al puerto. | TONI ESCOBAR

Chanclas y paciencia

Al llegar a es Botafoc, todos estos migrantes, mayoritariamente hombres jóvenes, seguían al pie de la letra las instrucciones de los agentes de la Policía Nacional. La mayoría viajaban con lo puesto y solo algunos portaban mochilas que eran examinadas por los agentes antes de su ingreso en la carpa. Unos cuantos iban vestidos con camisetas de equipos de fútbol españoles, del Real Madrid, del Barcelona, incluso de la selección española en un guiño probablemente intencionado a su nuevo destino.

Sorprendía ver a muchos calzados simplemente con unas chanclas de plástico, como si vinieran de un paseo por la piscina y no de cruzar 250 kilómetros del Mar Mediterráneo en una embarcación precaria sin medidas de seguridad.

Uno de ellos iba descalzo cuando se bajó del furgón y fue trotando hasta la entrada de la carpa porque se estaba quemando las plantas de los pies. Al llegar a la puerta, se los señaló con insistencia y un agente tuvo que pedirle calma: «Wait, wait» («Espera, espera»). El hombre buscó una sombra y esperó pacientemente su turno.

Había quienes ya llevaban decorado el dorso de la mano con un número dibujado a rotulador por los agentes, a otros se los pintaban en la misma puerta de la carpa. Todos se sometían al protocolo sin rechistar.

Un migrante en muletas se suma a la fila con ayuda policial. | TONI ESCOBAR

Un migrante en muletas se suma a la fila con ayuda policial. | TONI ESCOBAR

Del furgón de las 11.30 horas se bajó un hombre que vestía una camiseta verde del Barça y se apoyaba en unas muletas para caminar. Imposible determinar si se las trajo de Argelia o se las habían entregado en España. «Somos de Argelia, estamos todos bien», fue todo lo que dijo mientras sonreía y enseñaba un pulgar hacia arriba, apoyando el codo en una de las muletas para no perder el equilibrio.

Tras entrar en la carpa, todos iban saliendo en parejas o tríos a la calle, donde les esperaba la Cruz Roja para someterles a la entrevista que marca el protocolo de asistencia y entregarles un kit compuesto por ropa (camiseta, pantalón, zapatillas), comida (agua, zumo, barrita de cereales) e higiene (jabón, cepillo y pasta de dientes). Una vez revisadas, sus escasas pertenencias personales les eran devueltas en una bolsa negra de plástico.

Los agentes de la Policía Nacional dirigían el operativo mostrando buen humor y llegando a bromear entre ellos en voz alta. «Estaría bien librar un día de esta semana», se podía escuchar a uno de ellos entre risas. «Sí, pero si siguen llegando...», le contestaba otro.

Juntos, pero no revueltos

Todo se iba sucediendo junto al imponente morro de un enorme crucero con capacidad para 6.000 personas atracado a escasos metros. A mediodía tocó tierra otro de los tres que este miércoles tenían previsto hacer escala en Ibiza.

Sin ser tan colosal, este segundo monstruo marino era de un tamaño considerable y de sus tripas brotaron centenares de turistas. Poco a poco se fueron desplazando hasta el aparcamiento de autobuses situado justo enfrente de la vieja carpa donde seguían trajinando policías, voluntarios y migrantes, lógicamente ajenos a todo lo que ocurría fuera de su pequeño ecosistema.

Apenas separados por una finas vallas, allí se unieron los dos grupos de visitantes más frecuentes de Ibiza durante estos días, los pobres y los otros, cada uno pastoreado por sus respectivos lazarillos, ya fueran policías o guías turísticos.

Si los guías empleaban sombrillas para protegerse de un sol que ya empezaba a chamuscar de verdad, los voluntarios de la Crus Roja levantaban un toldo portátil para ganar un pedazo de sombra junto a su furgoneta, que tenían que apoyar con otro vehículo porque no daban abasto para ayudar a todos los migantes.

El roce de dos mundos diametralmente opuestos. Juntos, pero no revueltos, en el mismo escenario, una Ibiza cada vez más tirante por la presión creciente que ejercen sus dos extremos opuestos.

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