Hagamos callar de una vez al machismo

Un momento del acto institucional por el 25N en Lugones. / Miki López
Han pasado casi 20 años desde la primera ley específica aprobada por el Parlamento español contra la violencia de género, en octubre de 2004. Dos décadas en las que resulta fácil comprobar que aún queda mucho por recorrer. Estamos ante un problema complejo que requiere de la unidad de todos los políticos, de la renuncia a su instrumentalización partidaria y de la implicación de la sociedad en su conjunto. A pesar de aumentar los recursos destinados a combatir esta lacra inadmisible y de reforzar los instrumentos legales para erradicarla, las agresiones no cesan. En algunos casos se han producido incluso retrocesos.
Es irresponsable negar la evidencia de unas agresiones que en lo que va de año ya han costado la vida a 52 mujeres españolas. Y alarma, en especial, el concepto peligrosamente laxo que muchos jóvenes tienen hoy sobre las situaciones de este tipo, y su tendencia a normalizar actitudes machistas de violencia física, psicológica, económica y, cómo no, digital. Hace unas décadas se asociaba este fenómeno a una generación determinada, la de menor acceso a la formación y el mercado laboral. La realidad demostró que ni la clase social ni el nivel educativo evitaban que las mujeres siguieran siendo prisioneras en su propio hogar, o que cualquiera se convirtiera en víctima objetiva de violación o asesinato por su condicionante sexual. Los prejuicios siguen existiendo.
Una cuarta parte de la población de chicos entre 15 y 29 años considera que la violencia de género no existe. Lo mismo suscribe un 12% de las chicas, según los datos del Barómetro Juventud y Género 2023 elaborado por la organización Fad Centro Reina Sofía. Con respecto a hace tan solo cuatro años, los porcentajes crecen un 10% entre los chicos y casi ocho puntos entre las chicas. Esa es la realidad, a pesar de que, en términos generales, los expertos señalen que existe una mayor sensibilización entre la población. Más de un 87% de los encuestados aseguran conocer situaciones de violencia de hombres contra mujeres en su entorno cercano.
El mal uso de la tecnología cotidiana, el acceso a redes sociales y a internet se ha convertido en una peligrosa puerta por la que entra cualquier tipo de contenido, sin control. Los niños tienen a muy temprana edad, incluso los 7 años, su primer contacto con la pornografía. Cada día son más jóvenes los verdugos y las víctimas que, en muchos casos, ni siquiera aciertan a identificar las violencias “no visibles”: el control de los adolescentes sobre sus parejas respecto al uso del móvil o la vestimenta, el lenguaje vejatorio. Hay que cortar de raíz esta tendencia, reforzando la enseñanza y los mensajes de tolerancia, igualdad y respeto en el hogar y las aulas.
La violencia de género aún está lejos de erradicarse porque tampoco se ha avanzado en esa sensibilización pese a las incesantes campañas, las protestas, las manifestaciones. Los hechos demuestran que se actúa cuando la agresión es inminente o ha sucedido. Un porcentaje mínimo de las denuncias tiene su origen en la valentía de la víctima. Solo en casos contados fue su entorno quien dio el paso. En el resto, hubo un incidente que requirió actuación policial. Falta prevención y atención. No hay cuerpo policial capaz de asumir la vigilancia todo el tiempo de los miles de mujeres amenazas. Muchas tienen menores a su cargo, tan víctimas como sus madres, que arrastran traumas desde la infancia. El camino será largo. Lo que sí, ahora, está a nuestro alcance es alzar la voz para denunciar claro y alto lo que está ocurriendo. Hagámoslo para callar de una vez al machismo.
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