Cosme Marina

Crítica / Ópera

Cosme Marina

Preludio en asturiano a "Pelléas et Mélisande"

El domingo por la tarde recién sentado en mi butaca del teatro Campoamor repasaba el programa de mano mientras de fondo se oían esos avisos que el respetable casi nunca cumple y que tienen el objetivo de que se aminoren ruidos o apaguen los móviles. Pura rutina antes del estreno en la temporada de "Pelléas et Mélisande" de Claude Debussy en el año que el mundo de la música ha puesto el foco en el compositor francés al cumplirse el centenario de su muerte. Y, de repente, una jauría de voces y pateos, contrarrestados con alguna tibia ovación, me sacaron del ensimismamiento. Pero, ¿cómo era posible esta algarabía si la función aún no había empezado? Ahora sigue un intento de explicación sobre un hecho absurdo hasta decir basta. A los avisos habituales, en español e inglés, se añadió un tercero en asturiano y esto fue lo que armó el polvorín. Algo inaudito en el planeta tierra: un sector de público abucheando una alocución porque está realizada en una de las lenguas propias. Dicho de otra manera: una suerte de fascismo lingüístico y agresión a los asturparlantes que estábamos en la sala. ¡Vaya ganado! Pero, ¡ay!, la vida es tan contradictoria que al descanso presencié una anécdota sensacional: una señorona de toda la vida despotricaba contra la llingua a voz en grito y terminó su mitin con un "Ye que a mí esto del asturiano ya me fiede" (sic). ¡Qué gusto oír ese supuesto hedor salido de su propia boca y enunciado con palabras del idioma del que tanto renegaba! Soberbio el sainete. Otra cosa también, que todo hay que decirlo, me llamó la atención: vi entre los aplaudidores algún que otro ex-alto cargo del Principado que cuando tuvo poder no movió ni una ceja en favor del asturiano. Ahora queda muy mono ovacionar, igual resulta que así, por contraste, creen que se vuelven más progres.

En fin, vayamos al grano, tras el torbellino lingüístico que nos invade. Se estrenó en Oviedo una de las óperas clave de la historia de la música, uno de esos títulos que abren el camino a un mundo nuevo y que lo hacen por la puerta grande. Es "Pelléas et Mélisande" especialmente relevante en el plano musical de los inicios del siglo XX, con una herencia wagneriana curiosamente bien asimilada por su autor y un frontispicio dramático desgarrador, de plena actualidad o, mejor dicho, de vigencia y atemporalidad manifiestas. Hay en su desarrollo un profundo hálito poético que enuncia el drama. Un sustrato de la belleza que aletea sobre la muerte y que expone la violencia de género con luz cegadora. La obra de Maurice Maeterlinck es sustancial y la música de Debussy le da fuego desde una atmósfera silente, poética y estremecedora. El drama lírico, articulado en cinco actos y doce cuadros, que van uniendo interludios instrumentales muy hermosos, nos hace transitar por un "continuum" musical y de acción, de enorme carga simbólica, de recursos expresivos sobrios y sugerentes que refuerzan el bello texto de partida en el que luz y sombra, lo bello y lo sublime junto a lo violento, la vida y la muerte, el amor y los celos comparten itinerario vital, en idénticas esferas.

La clave esencial en esta obra estriba en encontrar una dirección musical clara, ordenada y eficiente que enriquezca la tamizada textura orquestal de la partitura. Aquí la hubo con creces por parte del maestro Yves Abel que encontró una respuesta sensacional por parte de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Maestro y formación ofrecieron una versión de la obra de enorme plasticidad. Los rasgos oníricos de la misma crearon la atmósfera adecuada. Todo fluyó con efectividad absoluta, en un discurso musical magistralmente enunciado. Abel, maestro muy vinculado a la temporada ovetense, firmó uno de sus mejores trabajos en la misma, reivindicando el fecundo estilo de Debussy con energía, ganas y convicción, dotándolo una tensión contenida que supo graduar según la obra avanzaba.

La puesta en escena, proveniente de la Ópera de Niza, y firmada por René Koering, el veterano compositor y director de escena francés, es una apuesta audaz, diferente, que busca dar un discurso contemporáneo a la misma pero que, sin duda, ha de funcionar mejor ante un público que ya hubiese visto la obra anteriormente, algo que no ocurrió para la mayor parte de los espectadores del estreno ovetense -de hecho su propuesta cosechó algunos pateos-. Koering busca traer la acción a nuestros días, a través de símbolos muy concretos -Mélisande y su bicicleta, el vestuario de los protagonistas, etc.- y la trama en su resolución última está sutilmente modificada. El resultado que se cosecha tiene luces en la magnífica y claustrofóbica escenografía de Virgile Koering (por cierto, aquí si funciona el uso del vídeo y no en otros intentos fallidos que hemos visto recientemente) o en la propia dirección actoral, perfilada al detalle, en un crescendo imperceptible hacia el desenlace dramático, o en el propio concepto global que marca una unidad de espacio y tiempo impecablemente resuelta. Las sombras están en la incoherencia de algunos pasajes en franca contradicción con el texto, alguno de ellos, por ejemplo en la gruta, dan risa. Tengo, de todas formas, la percepción de que el cambio de enfoque es muy epidérmico y tampoco acaba aportando mucho a la explicación de la propia obra.

En cuanto al reparto que se puede ver estos días en Oviedo se aleja bastante del inicialmente previsto. Hay bastantes cambios y todos ellos significativos. Sin duda esto ha tenido sus consecuencias desde el punto de vista vocal, y nos ha llevado a otra realidad aquí. En general el resultado del mismo ha sido correcto, sin altibajos, también, todo hay que decirlo, sin brillo especial.

Pelléas lo defendió el barítono Edward Nelson, en vez del inicialmente previsto Gyula Orendt. Cantante joven, de hermoso timbre, emisión poderosa, facilidad en el agudo y entrega escénica, a su encarnación del rol le faltó cierto peso dramático, aunque el balance general del mismo fue favorable. Sin duda ganará en interés en las siguientes funciones. Tampoco Andrew Foster-Williams ni Christopher Purves fueron Golaud, sino el barítono francés Paul Gay, el más rotundo de todos los protagonistas. Una interpretación la suya matizada y con la adecuada carga expresiva, sin alardes vacuos, sin la enfatización forzada con la que, a veces, se aborda un papel al que él consigue dar un carácter muy bien definido. Maxim Kuzmin-Karavaev se hizo cargo de Arkel, en vez de Andrea Mastroni, y lo hizo de manera discreta, sin apenas destacar por nada. La emoción es la característica principal de la actuación de la soprano belga Anne-Catherine Gillet. Mélisande requiere de olfato teatral de relieve y Gillet lo aportó. Musicalmente notable, aunque algo ajustada en el registro grave, transmitió la fragilidad del rol casi como una filigrana. Solventes el Yniold de Eleonora de la Peña o David Sanchez en sus dos cometidos y resuelta con eficacia la Geneviève de Yulia Mennibaeva, así como el coro en su breve cometido fuera de escena.

La próxima temporada, "Fuenteovejuna", "Il turco en Italia", "Tosca", "La clemenza di Tito" y "Carmen" serán los títulos en cartel.

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