Crítica / Música

Fuego Buniatishvili

La pianista georgiana ardió con su ímpetu y su aplomo fascinante

Enfundada en un brillante y sugerente vestido rojo escarlata, salió expansiva al escenario Khatia Buniatishvili con un georgiano, suponemos, aplomo andante con el que avanzó hacia el piano y atacó el comienzo de la sonata prácticamente a la vez que tomaba asiento. El comienzo de la "Sonata nº 3 en fa menor op. 5" -no es que las notas al programa hayan brillado por su ausencia en este recital, ahora se cargan hasta los opus de las obras-, la tercera de las tres únicas sonatas que compuso Brahms con apenas 20 años, en la que no oculta su admiración por el modelo beethoveniano, hasta la cita musical literal. Dando vida a una emoción muy interiorizada, la fuerte afinidad que estableció Buniatishvili con la obra resultó de una enorme madurez interpretativa, y cautivadora, con una larga y profunda mirada en los tiempos lentos de muy largo pero siempre sostenido recorrido, momentos sublimes como "Regard en arrière" del cuarto movimiento y, también, contrastes de tempo extremos y trepidantes -pocas veces o tal vez ninguna lo han escuchado a esta velocidad-, como el Allegro final, se puede decir que prescindió del "Moderato" indicado.

Esta pasión y tendencia a los extremos -no sólo en los tempi, sino también en las atmósferas propuestas- se mantuvo y acrecentó en la segunda parte con el extraordinario arreglo de Pletnev de la no menos extraordinaria música en la suite del "Cascanueces" de Tchaikovsky. El absoluto dominio pianístico de Buniatishvili le permite, como a pocos intérpretes, esa libertad absoluta de la que hace gala en la riqueza de su mirada con contornos pianísticos increíblemente delicados, repletos de suavidad -en la sonata brahmsiana algunas notas resultaron, por sutiles, casi imperceptibles-, y, al mismo tiempo, con matices que aumentan las posibilidades tímbricas del piano hasta límites verdaderamente sorprendentes por creativos, casi orquestales, que se dice. No se olvidó, al contrario -no es la delicadeza extrema exclusivamente femenina ni el carácter virtuosístico y sonoridad plena la masculinidad-, de la transparencia más paradigmática en lo técnicamente más endiabladamente -literal- complicada mecánica. En esa línea abordó una música más tendente a lo estrictamente virtuosístico, como el Liszt del Vals Mephisto nº 1 "Der Tanz in der Dorfschenke" (El baile en la taberna del pueblo), y la Rapsodia española S.254, dominada mayoritariamente ésta por las variaciones de la celebérrima e internacionalmente conocida desde hace siglos Folía de España. En ambas obras elevó la capacidad de asombro pianístico hasta cotas muy elevadas. En el primero la voluptuosidad de la intérprete, la del erotismo de la escena planteada, y la de la propia interpretación, conformaron una atractiva y atrayente -más si acaso para el dado a aquelarres musicales- enorme pira de fuego simbólico-musical-pianístico. La confluencia de Khatia Buniatishvili y el fuego atrapa, pero no quema, es la metáfora de la música. Sin hacerse de rogar, ofreció dos propinas, la segunda de la Cantata BWV 208 "Schafe können sicher" de Bach, más sosegada. Y partió con el mismo ímpetu, con el fascinante aplomo, georgiano, supongo, para encender su fuego ahí donde haya un piano con el que conquistar.

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