Crítica / Arte

Naturaleza resistente al tiempo

Desde hace años sigo la trayectoria de esta artista de origen sueco afincada en Barcelona que, en su anterior exposición en la galería Guillermina Caicoya, a finales de 2016-principios de 2017, de título "Close", mostraba muchas de las constantes que se mantienen en su trabajo actual. Como en aquella ocasión, hay paisajes envolventes de gran formato y obras pequeñas que precisan de una íntima atención.

Cuando se contempla la exposición "Quietud, un instante atrapado en el tiempo" surge la idea (y el deseo) de viajar, la imaginación vuela, trasladándonos a esos lugares de atractivo singular. Existe un personalísimo uso del color, que se percibe compacto, denso y opaco, acorde con la rotundidad de las masas pictóricas que acentúan una serenidad contenida, propiciadora de silencio. Hay reflejos, efectos especulares de una simetría sorprendente que subrayan el carácter estático, y perenne, de la composición, recordando los paisajes del pintor holandés Piet Mondrian. Como en él, los motivos y encuadres elegidos nacen de referentes geográficos concretos, quizá dormidos en la memoria, pero rescatados e interiorizados mental y emocionalmente. Son fragmentos de una naturaleza resistente al tiempo, alejada de una fugaz y efímera mirada.

Dice Leo Wellmar que "la naturaleza es el escenario perfecto para un paseo emocional y, la vida, un paisaje misterioso donde no se puede parar el tiempo". Palabras que remiten a sus intenciones plásticas. Somos conscientes de la imposibilidad de asir el tiempo, de congelarlo en un instante, pero estas pinturas son capaces de hacernos sembrar la duda, de hacernos sentir cómo, desde el arte, podemos acceder a una íntima unión con la naturaleza, una naturaleza, fría y pura, de un blanco gélido que nos acerca al sentido romántico de lo sublime, de aquello que, desde siempre, nos atrae poderosa e inquietantemente. Es, en ese sutil dominio del blanco, donde se hace presente Camille Corot, el pintor francés que fue capaz de desencadenar emociones similares, supo transferir sus sentimientos a sus paisajes, así ocurre en "La Soledad", una de sus obras más representativas en la que, a partir del referente, un blanco cargado de sutilezas es capaz de hablar de estados del alma.

"Quietud" da título a la exposición y a alguna de sus obras y, ciertamente, cada cuadro evoca un tiempo detenido que invita a la meditación, enlaza con la filosofía oriental y el taoísmo de Lao-Tse quién, frente al carácter cambiante y efímero de lo existente, propone un orden inmutable y germinal, origen de todo lo demás, anterior a nosotros y a nuestra necesidad de dar nombre a las cosas: al cielo, a la tierra, al agua y los bosques, porque "la naturaleza en sí misma carece de nombres, ya que no los necesita". Esta reflexión es esencial y se hace perceptible en la exposición, se manifiesta en cada obra, haciendo intuir aspectos ocultos de la vida, pero siempre latentes.

La naturaleza de las cosas que contemplamos es sencilla y se desarrolla en armonía y es, desde esa sencillez, desde donde podemos acceder a verdades universales. Leo Wellmar sabe que el mundo de las artes plásticas es susceptible de traducir dichas verdades, haciendo visible lo invisible. El arte es uno de los últimos reductos donde lo tangible e intangible pueden, y deben, subsistir.

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