La verdad

Don Erre que Erre, Clint Eastwood se asoma a los noventa tacos sin renunciar a su filosofía de la vida y su forma de entender el cine. Cierto es que desde Gran Torino (2008) no ha entregado títulos memorables (y su última obra maestra, Million Dollar Baby, es de 2004), y que ha cometido algunas pifias considerables, pero que un señor de esa edad siga al pie del cañón humeando carácter y reciedumbre narrativa es un hecho prodigioso.

Richard Jewell no figurará en la vitrina de los logros mayores del autor de Sin perdón, pero se libra de ir al arcón de los tropiezos tipo "J. Edgar", "Jersey boys" o "15:17 Tren a París". Viene de rodar una película modestísima y notable como "Mula" sobre un fuera de la ley entrañable y ahora le dedica su atención a un falso culpable, a un chivo expiatorio (como el Dreyfus de Polanski, en cierto modo) que pasa de ser un héroe a un villano (¿recuerdas "Sully"?) por obra y desgracia de las presiones de una prensa sin escrúpulos y unos agentes de la ley capaces de cualquier cosa para resolver el caso.

Eastwood dibuja a su protagonista con aceptable ecuanimidad y da al personaje de Sam Rockwell la mayor gracia intelectual, dejando para una extraordinaria Kathy Bates los momentos más emotivos. Una película solvente, austera y de hechuras evidentemente clásicas que solo patina cuando se aleja de la veracidad y se saca de la manga con sorprendente torpeza a una periodista voraz.

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