Bienvenidos al mal far(i)o

La niebla impone su ley desde el principio. Emborrona a los personajes, los somete a la implacable ley de las sombras que acechan a la espera de capturar a los incautos que entran en sus dominios. En ese cuadro tenebroso y azotado por las tormentas conviven dos seres condenados a no entenderse, dos solitarios que pasarán unas semanas de barro, carbón, lluvia, miedo y violencia en un espacio mínimo, entre cuatro paredes de agua y sin más escapatoria que la luz del faro al que deben pleitesía. Una luz que arde y que puede quemar a quien suba las viscosas escaleras de caracol con intenciones catárticas.

Si algo demostró Robert Eggers en su apabullante debut ( La bruja) es su capacidad para crear imágenes sorprendentes que supuran inquietud con muy pocos elementos. Minimalista al máximo, Eggers recluta a dos actores que se desentienden a la maravilla (Dafoe, inmenso, imprescindible la versión original, y Pattinson en su mejor trabajo, este chico progresa adecuadamente), los rodea de un andamiaje visual de expresividad sin fisuras y les arroja sin contemplaciones a un guión severo y repleto de cicatrices. Sin apenas información sobre los dos robinsones enemistados que enturbie el tono espectral de la historia, Eggers apela a referencias de todo tipo (desde Hitchcock a Kubrick pasando por Bergman o el Boorman de Infierno en el Pacífico, en cine, pero sin desdeñar influencias literarias, con Lovecraft a la cabeza) sin que el resultado corra peligro de convertirse en un pastiche indigesto. No todas las propuestas dan en el blanco y algunas de ellas (sobre todo las que meten a una sirena enloquecedora en escena) no llegan a ser convincentes, pero el resultado final, entre cogorzas de mal fario, ventosidades intimidantes, pájaros de mal agüero y alucinaciones desencadenadas logra el estatus de pesadilla cegadora.

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