Tino Pertierra

CINE / CRÍTICA

Tino Pertierra

El mejor amigo del perro

"¡Scooby!" sustituye el encanto de la serie original por un exceso de espectacularidad y novedades endebles en tramas y villanos

¡Scooby! despliega una operación de reciclaje que pone en aprietos el encanto de su esencia nostálgica. Por un lado, apuesta por una estética de trazos mecánicos que despersonaliza a los personajes dejándolos reducidos a cuatro rasgos que permitan una conexión mínima pero reconocible con el pasado. No es un desastre como en las películas de carne y hueso pero carece de encanto. La única dosis de gracia rastreable la inyecta nuestro asustadizo perro con su no menos temeroso amigo. El resto de la pandilla es soso y monótono. Por otro lado, la estructura de siempre (alguien mete miedo a la gente, llegan los cazafantasmas, unos cuantos sustos y a prisa y corriendo se desenmascara al villano disfrazado) es sustituida por un argumento confuso y desvaído en el que se sacan de la manga a un malvado al que conocemos de toda la vida (también con perro entrañable a su manera, aunque no revelaré su identidad no vayan a acusarme de ser Míster Spoiler) y, lo peor de todo, incrustando a martillazos el personaje de un superhéroe en horas de rebajas que no solo entorpece la acción sino que le arranca emoción a las imágenes cada vez que aparece. Un despropósito tan voluminoso como el de retirar a las andanzas del grupo el fuerte carácter grupal (solidario, de camaradería) y dividirlo tanto que lo desnaturalizan, por muchos guiños al universo de Hanna Barbera que se vayan soltando con cuentagotas.

Uno de los puntos fuertes de la serie estaba en su realismo: una chavalería no especialmente glamurosa ni espectacular a cuyos miembros se tomaba el pelo con frecuencia por sus carencias (la estolidez, la cobardía, la frivolidad, la torpeza...) resolvía los casos sin grandes alardes y no recurría a los efectos especiales para la traca final. Salían a menudo airosos de los entuertos más por la torpeza propia o ajena que por los aciertos en las investigaciones. Y al bueno de Scooby le veíamos más el rabo entre las patas escapando que encarando el peligro. Mejor una buena comida que un susto de malas pulgas. Y ese carácter artesanal desaparece en la película para dar pista a un atracón de fuegos de artificio que sí, que vale, que mantendrá entretenido al público infantil con tanto alboroto robotizado, pero que no pega ni con cola. Y fatiga.

Quedémonos con el prólogo que nos cuenta cuándo Scooby encontró a Shaggy y con el pequeño robot con un implante sorprendente.

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