Incluso para Gerard Butler, especializado en salvar de la quema a los presidentes de Estados Unidos, es una tarea demasiado grande hacer lo mismo con nuestro pequeño mundo. Y es que no es lo mismo cargarse a tropecientos mil terroristas que enfrentarse a un asteroide gigantesco que se acerca al planeta para destruirlo sí o sí. A ver cómo le metes mano a ese enemigo. No hay épica espartana ni profesionalidad que valga porque el heroísmo consiste en intentar llegar con tu familia a uno de los refugios preparados por los dirigentes políticos para salvar una porción de la Humanidad.

La propuesta para llenar ese Arca de Noé es un disparate. Algo así como "Charlie y la fábrica de chocolate", solo que en lugar de una tableta de oro lo que te dan como privilegiado ser humano que tal vez se libre del Apocalipsis es un brazalete y un código. Pero te lo tragas porque al arranque es digno de verse: un matrimonio roto, un hijo enfermo y el cielo en llamas. Cuando el fin del mundo se aproxima, la película se aferra a dos elementos interesantes: las reacciones de los familiares y amigos de los "afortunados" que volarán en busca de la salvación (la mejor escena: llevaos a mi hija, por favor, no la dejéis aquí, y qué haces, no puedes parar, no puedes recogerla, aceleras, y la decisión es horrenda, por necesaria), y las peripecias del matrimonio por separado cuando se encuentran con lo peor de sus congéneres: y entonces luchas por tu vida y la de los tuyos como sea, aunque haya que matar.

A esos fogonazos de horror creíble y feroz se une una emotiva escena con el abuelo ( Scott Glenn, qué presencia la suya, digna y fatalista) y algunas imágenes impactantes en las que los misiles del asteroide reventando la Tierra convierten el paisaje en un infierno descomunal.

Como película de catástrofes, Greenland propone un aceptable entretenimiento, tan modesto que es inútil hurgar en sus defectos: esos personajes cargados de clichés de todos los sabores, ese rudimentario mensaje deudor de Spielberg sobre la recomposición del núcleo familiar o un desenlace que no se lo cree ni el Tato.