Tino Pertierra

No te fíes ni de tu sombra

“Gangs of London” ofrece una violenta y efectista mirada a los “hijos bastardos del Imperio”

Si lo que cuenta Gangs of London fuera cierto, todas las semanas habría una convulsión informativa internacional hablando de matanzas entre bandas rivales. Y vaya matanzas: casas destruidas, campamentos arrasados, explosiones por doquier, tiroteos a mansalva, sangre a borbotones, disparos a quemarropa, cabezas que vuelan por los aires. En su exceso tarantiniano, la serie tiene su perdición (y su encanto para algunos espectadores amantes de las carnicerías). Y la tiene no porque se regodee de forma tan brutal en la violencia (conocemos a sus responsables, no nos pilla de sorpresa), sino porque va de seria y realista en su crónica de los bajos fondos ingleses. La contradicción es tan evidente que cuando llegan las escenas de acción sin medida se deteriora la atmósfera tóxica y sombría construida en el retrato de las familias/clanes donde no te puedes fiar ni de tu sombra. Seguro que te apuñala.

El que avisa no es traidor, eso que hay que reconocerlo: la serie arranca con un plano tétrico de un Londres nocturno visto desde la azotea de un edificio en construcción. Un tipo colgando de una cuerda y su verdugo esperando sin prisa la hora de la ejecución: el fuego exterminador. Luego se enciende la mecha del polvorín: a un jefe de las mafias locales lo matan y ya está el lío montado. Porque su hijo y heredero quiere venganza. Como sea. Cueste la sangre que cueste. A partir de ahí, la serie acumula venganza, odio, rencores. Amenazas y masacres. Gente de pocas palabras, los jugadores de esta partida infernal hablan con las armas y apenas tienen tiempo para frivolidades tales como el sexo o el amor. “Un chico como él quemaría ciudades enteras solo para demostrar que es un hombre”, dicen del nuevo líder, y vaya si tienen razón. Asiáticos, irlandeses, gitanos, pakistaníes, albaneses, africanos... Hay rascacielos derrumbados, mataderos de animales donde se ejecuta a seres humanos sin piedad, madres despiadadas, policías infiltrados, orgías gay, funerales sombríos por criminales y poca Policía visible en un Londres sucio, feo y podrido en el que los niños miran expectantes las peleas y donde se pueden desencadenar peleas sangrientas en un bar con un dardo como arma mortífera.

En esta semblanza adusta y efectista de “los hijos bastardos del Imperio británico” no hay sitio para los sentimentalismos, y el único apunte emocional hay que buscarlo en la relación entre los dos hijos del mafioso asesinado, de los que conoceremos al final un trueque de identidad inesperado que gira alrededor de la mejor escena (feroz, pero no explícita) de la serie, cuando el maligno jefe Finn quiere dar a su hijo mayor un bautismo de fuego exigiéndole que dispare a un cubo en el suelo. Dentro de ese cubo hay una cabeza: la de una víctima enterrada y aterrada que espera el disparo final. ¿Llegará?

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