Saúl Fernández

Crítica / Teatro

Saúl Fernández

Banquete de sangre y destrucción

“Teatro del Noctámbulo” sorprende en Piedras Blancas con el Shakespeare más gore

Dice Harold Bloom que “Tito Andrónico” en realidad es una parodia de las tragedias gore de Christopher Marlowe, que era el dramaturgo bueno cuando William Shakespeare estaba aún cocinándose. Y si lo dice Harold Bloom, aquí nosotros no lo vamos a discutir. Ni nosotros, ni la compañía “Teatro del Noctámbulo”, que antes de anoche presentó en el centro cultural Valey, en Piedras Blancas, su particular versión de la tragedia más cruel del bardo de Stratford-upon-Avon. Porque esta obra es de 1594, es decir, de cuando Shakespeare había cumplido los treinta y “solo” había hecho “Ricardo III” y las distintas partes de su “Enrique VI”.

Dice también Harold Bloom –y, ya digo, le creemos a pies juntillas- que “Tito Andrónico” es “esencialmente una ópera de horror, Stephen King perdido entre romanos y godos”. Diría más, pero no por corregirle, que quede claro: el banquete sangriento del epílogo de “Tito Andrónico” es el final destructor de “Amor a quemarropa”, la peli aquella que dirigió Tony Scott, pero escribió Quentin Tarantino. Y es que uno cuando se sienta en la platea a ver un “Tito Andrónico” no sabe cómo va a poder flotar en un río de sangre tan caudaloso. Lo descubre cuando se amarra al tronco de la parodia: la escena de las flechas, la de la diosa Venganza (la locura de Hamlet que vendrá). La explicación que hace el general de cómo va a torturar a los príncipes es un precedente de la explicación sobre el camuflaje de Superman que hace Bill en “Kill Bill 2”.

Uno siente que todo esto está en el “Tito Andrónico” de “Teatro del Noctámbulo”. Da gusto contemplar la transformación del general con el cuerpo y el alma de José Vicente Moirón: del héroe, al cocinero loco… Antonio C. Guijosa, al que conocimos como director de aquella extraordinaria “Iphigenia en Vallecas”, transforma la tragedia realista del principio en una parodia cruel cuando aparece Aarón el Moro (Iván Ugalde) que cuando lo apresan promete: “Si una sola buena acción hice en mi vida, me arrepiento de ella”. Un moro psicópata que es hijo de Ricardo III: “Pues bien, ya que no puedo actuar como un amante, para matar el tedio de estos tiempos galantes, he decidido actuar como un villano”. Da gusto, insisto, ver a diez actores sobre la escena, una banda sonora tan cinematográfica (de Antoni M. March) y una restauración del clásico tan lograda por Nando López. Todo para salir dos horas y media después con la sensación de haber saciado toda la sed de sangre que tenía sin atender.

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