Crítica / música

Clase magistral de bossa nova

Toquinho es a sus 75 años memoria viva de la música brasileña y como tal es uno de los más cualificados representantes para contarnos la historia de una atmósfera musical, más que un estilo, como él enfatizó en su recital del martes en el Teatro Campoamor de Oviedo. Sí, la bossa nova es, en efecto, lo más reconocido dentro del espectro sonoro de Brasil y Toquinho supo hacernos un recorrido por su devenir.

Como buen maestro que es, y en una forma física envidiable, tiró de anécdotas para hacer ese brillante repaso que comenzó, solo en el escenario, con un homenaje a Tom Jobin con dos versiones, una de ellas “Coisa mais linda”, que ya puso al público que casi llenó el teatro de su parte.

Lo suyo fue didáctica en estado puro. Nos contó la importancia que tuvo en su generación la figura de Jorge Ben, un músico todo terreno, maestro de la fusión que dedicó a una novia suya “Qué maravilha”. También confesó haberle hurtado a Vinícius de Moraes, otro de los tótems cariocas, la letra de “Tarde em Itapua” a la que puso la melodía y se ganó el respeto del maestro.

Después volvería a mentar a Vinícius en una anécdota hilarante en la que se hizo pasar por él en un viaje en avión al lado de una bellísima dama.

Se acordó de Chico Buarque y de una invitación que recibió de él desde Italia para tocar juntos en 18 fechas que resultaron no ser ciertas. Su amigo, exiliado en el país transalpino, le necesitaba a su lado y de aquel encuentro inesperado salió “Samba de Orly”.

Toquinho, el martes en el Campoamor. | IRMA COLLÍN

Toquinho recibió al contrabajista iruñés Javier Colina y al percusionista Marcio Dhiniz para hacer “Regra tres”, toda una exhibición de buen hacer instrumental. Él demostró ser un guitarrista excepcional, solo y junto a sus compañeros de escenario.

La cantante Camilla Faustino, un auténtico descubrimiento y una delicia para el oído, brilló con luz propia, especialmente en “Eu sei que vou te amar”, otra vez el tándem Vinícius-Jobim presentes en la velada.

Toquinho reconoció la labor de Baden Powell en simplificar los acordes de la bossa nova, hasta entonces muy elitista y complicada. Mentó también a otro mito de Brasil, el negro Pixinguinha, con la voz melosa de Camilla Faustino interpretando “Carinhoso”.

De relleno, tal vez, o no, fueron “Aquellas pequeñas cosas”, de Joan Manuel Serrat, cantada con mucho sentimiento por el guitarrista, que le dio esa atmósfera de bossa nova, o ya, en la recta final del concierto, la sentida “Gracias a la vida”, de Violeta Parra.

Lo que sí no podía faltar esta noche, ni en ninguna de sus actuaciones, era “Aquarela”, ese himno atemporal con el que Toquinho alcanzó el mainstream a principios de los años ochenta.

En esos poco más de noventa minutos antológicos todavía quedaron algunos minutos para los bises, reclamados y no negados. Primero, “A felicidade”, de Tom Jobin, otro himno para volver a nuestras casas con la sonrisa y el convencimiento de haber podido emocionarnos con un mito viviente, y, después, con “A tonga da mironga do kabuletê”, que compuso con Vinícius y que puso final a un recital en el que no faltaron aplausos y ovaciones, pero sí que el público se pusiera en pie para despedir a esta leyenda viva de la música.

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