David Ruiz, un referente de la historia del movimiento obrero español

Texto inédito que la fallecida historiadora María Rosa de Madariaga dedicó de manera póstuma a otro gran investigador asturiano

Fallece María Rosa de Madariaga, historiadora especialista en el Rif

María Rosa de Madariaga Álvarez-Prida (1937-2022) falleció la semana pasada en Madrid dejando tras de sí el reconocimiento de todos los que supieron de la seriedad y profundidad de su labor historiadora, siendo como fue una  pionera y casi la única investigadora que se especializó en la guerra del Rif. Hija de asturiana y sobrina de Salvador de Madariaga, sus restos reposarán en Teverga, donde está su casa familiar y donde cada verano se reunía con grandes amigos. Uno de ellos, el historiador David Ruiz, fallecido el pasado mes de marzo, cuya figura quiso ensalzar su colega en un texto inédito que poco antes de su muerte envió a LA NUEVA ESPAÑA.

Conocí a David Ruiz, referente de la historia del movimiento obrero español, y más concretamente asturiano, en 1977, con motivo de las primeras elecciones democráticas celebradas en España después de cuarenta años de dictadura franquista.

Desde su tesis doctoral "El movimiento obrero en Asturias. De la industrialización a la II República", defendida en 1968, ha sido autor de numerosas obras y artículos consagrados al movimiento obrero. Entre sus últimos libros, cabe destacar el titulado "Octubre de 1934. Revolución en la República" (Síntesis, 2008), en el que desmonta toda una serie de mitos en torno a este movimiento revolucionario, tan denigrado por unos y tan idealizado por otros.

Después de un primer encuentro con David Ruiz, yo me fui a París para realizar mi tesis doctoral con Pierre Vilar, y pasaron años sin vernos. Fue en el año 2002 cuando salió publicado mi libro "Los moros que trajo Franco. La intervención de tropas coloniales en la guerra civil", que David Ruiz me presentó en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA. Cuando, después de tantos años, lo contacté para preguntarle si aceptaba presentar mi libro, se mostró encantado con la idea, como así me lo manifestó. David, que mantenía buenas relaciones con este periódico, fue el encargado de organizar el acto. La presentación fue un éxito no solo de público, sino también por el intenso debate que suscitó, centrado fundamentalmente en la intervención de tropas marroquíes en la cuenca minera en la revolución de 1934.

Desde entonces David Ruiz y yo hemos mantenido un estrecho contacto, epistolar y telefónico, salpicado de visitas de David a Madrid o mías a Asturias. Casi todos los veranos, en que las estancias mías en Asturias se hacían más prolongadas, era obligada la visita de David Ruiz y de su esposa Ana Cristina Tolivar Alas, a mi casa familiar de Fresnedo (Teverga), a almorzar y pasar el día. La última vez fue este verano de 2021, que los llevó en su coche Alejandro Villa Allande, presidente del Ateneo Republicano de Asturias.

Echaré mucho de menos las visitas a mi casa de Fresnedo de David y Ana Cristina, las largas y animadas discusiones histórico-políticas con David –magnífico conversador– siempre enriquecedoras y amenas. Empezaban ya con el aperitivo, proseguían con el almuerzo y se prolongaban hasta avanzada la tarde en las extensas sobremesas.

Coincidiendo con el 75 aniversario de la Revolución del 34, la Delegación del Principado de Asturias en Madrid y la ya extinta revista Triunfo organizaron el 28 octubre de 2009 una mesa redonda en torno al libro de David Ruiz "Octubre de 1934".

David Ruiz.

En esta obra, David Ruiz analiza pormenorizadamente los hechos, los disecciona con gran rigor científico, a partir de documentos de archivo, testimonios de los que vivieron esos hechos y otras fuentes fiables, para construir un relato sólido y creíble. La lectura de esta obra de David Ruiz cambió mi percepción de la Revolución de 1934, en la que los revolucionarios asturianos aparecían como héroes de leyenda frente a las fuerzas gubernamentales. ¡Ojo!, tampoco caí en la trampa urdida a posteriori por los franquistas de manipular el relato histórico, sosteniendo que el golpe militar de julio de 1936 era una respuesta a la insurrección obrera del 34, con lo que daban a entender que los primeros en alzarse contra la República habían sido los obreros asturianos, particularmente los mineros.

Todo esto lo desentraña espléndidamente David Ruiz en su libro, sin titubeos, exponiéndose a ser blanco de las iras de toda una izquierda, erigida en defensora a ultranza de la insurrección obrera del 34. Lo primero, cabe preguntarse hasta qué punto era legítima una insurrección que no admitía el veredicto de las urnas. En las elecciones de noviembre de 1933, ganaron las derechas. Dado el número de votos alcanzado por el Partido Radical, Alejandro Lerroux fue el encargado de formar gobierno, y a principios de octubre la CEDA, que había obtenido 115 diputados, mayoritaria dentro de la derecha, exigió tres carteras en el gobierno, lo que provocó, como reacción, la insurrección obrera de 1934, aunque ésta llevaba ya preparándose desde hacía meses. El PSOE (léase Largo Caballero, presidente del Comité Nacional Revolucionario) optó desde Madrid por no acatar las reglas del juego y sublevarse contra el gobierno alegando, como bien se sabe, que la entrada de la CEDA en el gobierno significaba abrir la puerta al fascismo. La CEDA era ciertamente un partido de derechas, muy escorado hacia la Iglesia Católica, pero no era un partido fascista.

David Ruiz analiza minuciosamente las fuerzas en presencia, particularmente las coaligadas en las Alianzas Obreras, es decir, el PSOE, el PCE y los anarquistas, aunque quienes "dirigían la orquesta" eran los largocaballeristas dentro del PSOE. Asombrosa fue la transformación de Largo Caballero, que pasó de moderado a radical, de colaborador de la dictadura de Primo de Rivera –recordemos su colaboración con los famosos Comités Paritarios– a cabeza de la insurrección obrera de 1934. Del análisis que dedica David Ruiz al viraje de Largo Caballero a la extrema izquierda se desprende que éste fue por razones personales.

El movimiento insurreccional de la clase obrera solo triunfó en Asturias, donde las Alianzas Obreras, compuestas por socialistas, comunistas y cenetistas llegaron a acuerdos que les permitieron marchar unidos. Lo que caracterizó al movimiento insurreccional fue la improvisación y la falta de coordinación. Aunque el comportamiento de los insurrectos fue en general correcto, hubo también desmanes, algunos de ellos simples bulos inventados y propalados por la prensa de derechas. Pero otros bien reales: el asesinato del ingeniero de minas Rafael del Riego, descendiente colateral del famoso militar y político del siglo XIX, y acciones reprobables de robos y desvalijamiento de tiendas, así como el atraco a la sucursal en Oviedo del Banco de España. La represión que se abatió sobre ellos fue brutal, salvaje. Feroz, tanto por parte de los guardias de Asalto y de la Guardia Civil, particularmente el comandante de este último cuerpo, Lisardo Doval, un torturador nato, como del Ejército, que, al mando del General López Ochoa, no fue el principal actor de la represión. Lo fueron, en cambio, las fuerzas de choque –Legionarios y Regulares marroquíes–. al mando del teniente coronel Yagüe que, tras entrar en la cuenca minera, cometieron todo tipo de desmanes y tropelías.

La última gran insurrección obrera del Occidente de Europa se saldó, además de las pérdidas materiales, con unos 1.500 a 2.000 muertos y unos 30.000 presos. Aunque terminó en derrota, llevó asimismo a la extraordinaria movilización de la clase obrera y de otras fuerzas de izquierdas pidiendo insistentemente amnistía y la liberación de los políticos hasta culminar en el triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936.

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