Susana Solís

Svante Pääbo y la crisis eterna de la ciencia española

Los éxitos no surgen de la nada y menos los científicos, que suelen estar respaldados por inversión

Tirar del hilo de nuestra historia más profunda para saber qué nos ha moldeado como especie. Estudiar el genoma de los neandertales y entender cómo nuestra relación con ellos fue más estrecha de lo que podíamos imaginar. Abrir, en definitiva, una vía para dar respuesta a algunas de las preguntas más complejas y trascendentes del ser humano. De todo este currículum puede presumir Svante Pääbo, anunciado como flamante premio Nobel de Medicina esta misma semana.

Para los asturianos, Pääbo no es ningún desconocido. El sueco ya fue galardonado como Premio "Princesa de Asturias" de Investigación en 2018 y su trabajo en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig es ejemplo de excelencia científica.

Estos éxitos no surgen de la nada. Es más, sería triste celebrar la excelencia investigadora solo cuando coincide con una entrega de premios de reconocido prestigio. El futuro de la investigación y del conocimiento no está en juego el día que se entregan los Nobel o los "Princesa de Asturias", lo está los 363 días del año restantes. Y ahí no hay azar o casualidades: hay una apuesta decidida como país por el largo plazo y no por el rédito inmediato.

¿Podría ser español el próximo Nobel de Medicina o Física? Por supuesto, ya que la ciencia que se hace en nuestro país es pionera y de contrastada calidad. Pero la mayor parte del tiempo suele ser luchando contra los elementos y la falta de recursos. Observando la trayectoria de Pääbo, podemos ver que las dos instituciones que le formaron y le dieron alas como investigador fueron la Universidad de Uppsala (Suecia) y el Instituto Max Planck (Alemania).

Se puede presumir de haber formado al tenista Carlos Alcaraz, de haber sacado al nuevo talento mundial en ajedrez o de que el último premio Nobel haya estudiado en tus universidades. Pero aquí el azar tiene poco que ver: sin inversión y una cantera sólida no hay nada que hacer. Según los últimos datos de Eurostat, Suecia fue el país que más invirtió en I+D con relación a su PIB (3,53%) y Alemania el cuarto (3,14%). España está a la cola con el 1,41%. Nada es casualidad.

Analizándolo en profundidad, la investigación en nuestro país tiene varios males endémicos. Hablo de la escasa aportación de fondos públicos y ausencia de planes a largo plazo; de procesos de contratación y gestión de talento lastrados por una burocracia asfixiante; de los escasos incentivos para transferir conocimientos entre academia, empresas y centros de investigación; de agencias y oficinas condicionadas por una gobernanza de partido demasiado dependiente del gobierno de turno o la notable brecha en inversión pública que existe entre comunidades.

Y en este último indicador, Asturias no sale muy bien parada. Según datos de este mismo año de la Cátedra de Innovación de la Universidad de Oviedo, el Principado está muy lejos de los objetivos marcados por la UE. Si la recomendación comunitaria es alcanzar un gasto del 3% del PIB, Asturias ni siquiera llega al 1%.

Resulta paradójico, ya que el potencial es enorme. A instituciones de prestigio como la Universidad de Oviedo se le suma la pujanza del Parque Científico y Tecnológico de Gijón o los centros de I+D que varias multinacionales tienen en nuestra región. Nuestra trayectoria industrial nos da también experiencia en lo técnico y la región, comparativamente, es una de las que más proyectos absorbe del programa europeo Horizonte 2020 con más de 170 sufragados y un retorno estimado a la región de 70,8 millones de euros.

Los últimos años han sido un choque de realidad para Europa. Un choque frente al muro de la autonomía estratégica, de volver a confiar en nuestro talento local para no depender de terceros en todas las fases de la cadena de valor.

Apostar por la ciencia e innovación es hacerlo por no caer en la irrelevancia internacional, por no ser subalternos y seguir dependiendo de las grandes potencias para estar al día en tecnología, sanidad o digitalización. Tenemos el talento, pero sin respaldar al sector puede que tardemos años en volver a ver un español en la cima mundial de la ciencia. Nada se debe a la casualidad a la hora de cosechar resultados.

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