La mar divina

El vate homérico y el pintor villaviciosino Guillermo Simón

Agustín Hevia Ballina

Agustín Hevia Ballina

Un tema casi omnipresente en la obra pictórica del eximio pintor villaviciosino Guillermo Simón. El mar será siempre un elemento concomitante de la obra del pintor de la Villa de las Villas, la que da continuidad a la vetusta Maliayo. El mar, la mar de Simón, por doquier. La Mar-el Mar: un algo sin lo que el pintor no sabe vivir, no conoce otros avatares que le rodeen en su cotidiano fluir por las esencialidades del mundo de aquí abajo. Cada día, cada instante se inocula en el alma del artista la vocación de lo inevitable, siempre el Mar.

Desde aquella mítica estacada, hecha con traviesas de cualquier vía ferroviaria, en la playa del Rodiles de los siglos, simiente de una vocación de contener el Mar entre unos límites reducidos, desde aquella memoria de la pequeña historia, que el pintor guarda con cariño inusitado en su memoria, nuestro Guillermo, pintor y poeta de cálidas esencias, se empapa día a día de las esencias que rezuman y se hacen vida de su vivir: siempre el mar o la mar.

Ese mar que, en las vivencias odiseicas, se abrió una y mil veces a avatares sin término, a mares entre Escila y Caribdis, entre cíclopes y ninfas, cual Calipso, supo el vate homérico degustar la salinidad del mar, calificándolo, en femenino, como la "mar divina", que es calificativo el más sublime que el ser humano se atreve a confesar –es hala dian, "hacia la mar divina"–, proyectándolo en la helénica lengua hacia lo divinal, hacia la sublimidad de sublimidades, lo que se sobrepone a cuanto haya de sublime en los parámetros de aquí abajo, donde el ser humano se alza al encuentro inacabable del Dios infinito, a quien el ser humano, en su esencialidad, no alcanzará a interiorizar: "la mar divina" para el poeta Homero y para Guillermo Simón, artista de sublimidades, inseparables de sus íntimas medularidades, porque siempre será para el artista villaviciosino consustancial a su ser.

Guillermo Simón, en la presentación de la exposición, delante de uno de sus cuadros.

Guillermo Simón, en la presentación de la exposición, delante de uno de sus cuadros. / Agustín Hevia Ballina

El mar, sí, el mar de la memoria de siglos que se remontan al día tercero de la creación, que Dios vio, en orígenes de miles de años, que todo era bueno y lo llamó "mar". ¿Masculino femenino? ¿El mar o la mar? Todo, a la vez, en intimidades infinitas, un ente hecho de inalienables quereres, de posibilidades sin fin, que los vates de la sublimidad nunca conseguirán en sus médulas y memoria hacer callar, en el bramido sin medidas de la inmensidad del mar: "eis ala dian", dirá el vate homérico, cual si estuviera proclamándolo únicamente para las intimidades medulares de Guillermo Simón, reflejando como en un espejo las profundidades casi infinitas del mar o bien de la mar.

Pintor de realidades inabarcables, el artista Simón encuentra su deleite y sus complacencias en la contemplación de la mar, inmensa y sin medida, de las gigánteas olas del mar, que aparenta no tener fin, alzándose con el epíteto de la "Mar Océana", cual expresividades sin nunca acabar.

Y, para fin, algunos epítetos, que enriquezcan las inmensas posibilidades que nos ofrece el mar de Guillermo Simón. Es el mar de la creación primordial; el mar de memoria sin medida en las reconditeces de lo inefable; el cerúleo mar de azules con variedades sin fin; el mar que en las noches de galerna y tempestad brama para atraer con su bramido las reconditeces de lo inalcanzable y tragárselo en un bocado del más encrespado y airado fin; ese mar que, entre tinieblas innúmeras, cubrió de tenebrosidades sin término ni medida el ámbito terráqueo, hundido en las obscuridades infinitas de lo tenebroso, dispuesto a tragarse a los humanos que osaron hurgar en las entrañas de su intimidad; el mar de las sirtes y los bajíos, que mansamente lo acogen en abrazo inacabable, en las playas sin medida que, tan bien, refleja Guillermo Simón.

Contemplando la exposición del artista maliayés, una sola cosa intuyes, como derramada, a mares, en medio de un mundo que Guillermo Simón te dibuja entre optimismos y virtualidades no siempre alcanzables, ofreciéndote a bandejadas a rebosar un plato para tu degustación: las posibilidades sin medida del mar.

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