Una figura clave en el estudio de la Prehistoria

Alfonso Moure, fallecido el domingo, fue un gran investigador que dejó en Asturias prueba de su dedicación

Esta semana comenzaba con una pésima noticia para la Arqueología española: el fallecimiento del profesor Alfonso Moure Romanillo, una figura clave en el estudio de la Prehistoria de nuestro país y muy en particular de la asturiana.

Alfonso Moure ha sido uno de los arqueólogos más relevantes de su generación. Nacido en Santander en 1949, cursó la licenciatura en Historia en la Universidad de Valladolid y se doctoró en la Complutense de Madrid, en la que inició también una brillante carrera como profesor, que culminó con las cátedras de Prehistoria de las Universidades de Valladolid y Cantabria. En esta última ejerció también los cargos de Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Vicerrector de Ordenación Académica y Vicerrector de Relaciones Institucionales y Extensión Universitaria. Además, fue uno de los principales impulsores de la creación del Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas de Cantabria.

Alfonso Moure, en la cueva de Tito Bustillo en 1981. | LNE

Aunque se ocupó ocasionalmente de otras etapas del pasado, las investigaciones de Alfonso Moure se centraron en el Paleolítico, período del que llegó a ser uno de los especialistas más reconocidos de Europa. Sus aportaciones desempeñaron un papel fundamental en la renovación conceptual y metodológica que experimentó la Prehistoria española en los decenios de 1970 y 1980. En ese contexto fueron particularmente relevantes los trabajos que realizó en Asturias. En 1972, Alfonso Moure recibió el encargo de la Dirección General de Bellas Artes de dirigir las investigaciones en la cueva de Tito Bustillo, cuyo descubrimiento cuatro años antes había conmocionado al mundo académico y había entusiasmado a la opinión pública española. Pese a su juventud –tenía poco más de 20 años– el novel investigador no se arredró. En poco tiempo organizó un modélico proyecto interdisciplinar, que se prolongó hasta 1986 y puso al día las investigaciones sobre el Paleolítico en nuestro país. Sus excavaciones en la zona de hábitat contigua a la antigua entrada de la cueva y sus estudios sobre el arte rupestre convirtieron a la caverna riosellana en una de las referencias del Paleolítico del sudoeste de Europa y constituyeron una verdadera escuela de arqueología de campo en la que se formaron muchos de los principales especialistas en la materia de los últimos años del siglo XX. No fue esta la única intervención de Alfonso Moure en la Arqueología asturiana, a la que dedicó también algunos notables trabajos en sitios de arte rupestre de la cuenca del Cares.

Pese a ser un gran investigador (o quizá precisamente por serlo), Alfonso Moure estuvo muy lejos de ser el típico académico encerrado en su torre de marfil. Durante toda su carrera prestó una particular atención a la proyección social de su disciplina, tanto en lo que se refiere a la gestión del patrimonio arqueológico, como a su difusión en todos los ámbitos de la sociedad. En este aspecto destacan su gestión como director del Museo Arqueológico Nacional y sus numerosas publicaciones destinadas al gran público.

Alfonso Moure era una persona con una envidiable capacidad de comunicación. Cercano, generoso, dotado de un gran sentido del humor y de un verbo fluido, sabía hacer fácil lo complejo y transmitir sus enormes conocimientos y su entusiasmo por el pasado no sólo a sus alumnos, sino a los miles de personas a las que llegó a través de sus libros y artículos o de sus innumerables conferencias. Los que tuvimos la suerte de aprender de su ciencia y, sobre todo, de su ejemplo lo tendremos siempre presente en nuestra memoria.

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