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Llevan premio

En el aire conmovido de la voz mueve la luna sus brazos

La cantaora Carmen Linares y la bailaora María Pagés logran reconocimiento para el flamenco de auditorio y teatro

La cantaora Carmen Linares y la bailaora María Pagés Pablo García

A las ganadoras del "Princesa de Asturias" de las Artes, Carmen Linares (cantaora) y María Pagés (bailaora) toda reivindicación del flamenco les parece poca. Normal, porque la merece y por tradición de quejío y de lamento. En sus tres siglos de historia ha sido arte de gitanos bajo sospecha, carne joven en movimiento, voces rotas llenando el aire de profundidad para llenar la tripa; ha sido España y el fracaso de España y viceversa, francofraguismo e Información y Turismo, chic en Nueva York y freak en Tokio. Perjudicado por lo que le benefició ha logrado beneficiarse de lo que le perjudicó en la España de la reconciliación que ya no tiene promotores en tres piezas beige con la calva engominada, cinturón y barrigona bajo las tetas orangutanas, habano de buena vitola, sello de oro en la diestra, entradas para los toros y tres mil duros en el bolsillo.

Las premiadas no son gitanas ni morenas ni romeras ni torres y llegan al premio desde propuestas escénicas, artísticas, teatrales con décadas de actuaciones para los patios de butacas, palcos y plateas más educados de las grandes capitales, escoltadas y apadrinadas por orquestas, coreografías y colaboraciones de fuera de su mundo que se rinden ante él. Después de los bises se van al hotel sin pasar por el bingo y dar de cenar a 20 primos y dos señoritos borrachos que miran intenso a las niñas e intermitentes al mozo engallado slim feet.

Carmen Linares (en el DNI Pacheco Rodríguez, nacida en Linares en 1951) es hija de un ferroviario con guitarra y un kilométrico de traslados que permitió que esta cantante autodidacta debutara en Ávila y en 1968 estuviera en Madrid donde se bregó 10 años entre radios, discos y tablaos, cantando para el baile y aprendiendo de los mayores y comprendiendo con sus coetáneos los Habichuela, Morente, Camarón…

Con los ochenta y la resignificación felipista del flamenco, la Linares solista apuntaló su repertorio en los pilares de la generación del 27, el premio Nobel Juan Ramón Jiménez, el mártir lírico Federico García Lorca y con ese folklore lavado y centrifugado, proyectos escénicos atractivos y una voz unánimemente alabada, ha llegado a los mejores escenarios y obtenido los más altos premios, el de mañana, el último. Tiene marido y tres hijos.

María Pagés nació en Sevilla en 1963, hija de un catedrático de matemáticas y de una empresaria, catalanes e ibicencos, que supieron ver entre sus cinco hijos a la niña que no paraba de bailar con 4 años y la posibilidad de que esa afición fuera una extraescolar. A los quince se trasladó a la Escuela del Ballet Nacional, bailó con Antonio Gades por el mundo y a los 27 montó su propia compañía. Desde entonces es plenamente responsable del criterio de lo que baila, de las coreografías que se acompaña y del vestuario que luce y con ello ha hecho una danza de pocos faralaes y curada del sarampión de los topos, de cintura para arriba, de extremidades menos percutivas, más de alzar el vuelo que de levantar polvo en la que profundizar e investigar es llevar el flamenco más afuera y más allá. Tiene un hijo de 32 años y un marido compañero y acompañante creativo.

Este premio conjunto, al cante, al baile y a las mujeres del arte jondo (Paco de Lucía, el toque, fue "Príncipe de Asturias" en 2004) es una quimera sonora y moviente, española e internacional, burguesa y correcta, de Auditorio Príncipe Felipe y teatro Campoamor.

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