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Eldric Sella Boxeador, miembro del equipo olímpico de refugiados, que es premio "Princesa de Asturias" de los Deportes 2022

"El boxeo me lo ha dado todo, sin él no estaría hoy aquí"

"No me quedó otra que irme de Venezuela, la situación estaba muy mal, fui a Trinidad y Tobago y allí era un inmigrante sobreviviendo"

UN LUCHADOR EN TODOS LOS SENTIDOS. Eldric Sella, ayer, en el hotel de la Reconquista, antes de su entrevista con LA NUEVA ESPAÑA. Muel de Dios

–"¿El boxeo? Me lo ha dado todo. Por el boxeo ahora estoy aquí, sentado en el vestíbulo de este precioso hotel. Sinceramente, no me lo creo. Hace pocos años estaba dando golpes con mi padre en el patio de mi casa".

Eldric Sella (Caracas, Venezuela, 1997) pasea de aquí para allá en el patio de hotel de la Reconquista. Saluda a este y aquel como si fuese su gimnasio de entrenamiento. Está suelto. Se le ve contento. Se quita y se pone la gorra y pregunta por todo. "Oye, ¿en este hotel qué había antes? Me contaron que era un hospicio".

Sella forma parte del equipo olímpico de refugiados del Comité Olímpico Internacional (COI), premiado con el "Princesa de Asturias" de los Deportes junto con la Fundación Olímpica. En Oviedo cuenta su historia, llena de vaivenes hasta encontrar su sitio y su forma de vida: el boxeo. Su pasión, su reto. Su todo. Antes tuvo que hacer de todo. "Fui pintor, jardinero, constructor, instalé aires acondicionados... Lo que hiciese falta", dice el venezolano, un bigardo que impone, pero que es todo tranquilidad. Es la primera vez que pisa Europa tras toda una vida en América Latina, obligado a marcharse de su país.

"Yo soy de Caracas, la capital de Venezuela. Del lado oeste. Nací y me crié ahí, en un barrio muy popular. Cuando era niño mis padres se dedicaban al comercio y vendían alimentos. Después mi madre cambió de trabajo y estuvo en un hotel. Éramos humildes", rememora.

Sella entendió muy pronto que lo de dar golpes en un ring podía ser lo suyo. Dice que empezó en el boxeo como el que empieza a jugar al fútbol, aunque es indudable cierta influencia familiar. Su padre fue campeón de lucha olímpica de joven. "Empecé en el barrio con mis amigos porque el gimnasio me quedaba cerca, a cinco o diez minutos de casa. Tenía nueve años y empezamos un grupo de once chicos". Al venezolano el boxeo le llenó. "Aprendía rápido, se me daba bien". Y tanto... Solo él, de su grupo de amigos, siguió adelante con la aventura. El resto desistió. Él no. En Venezuela se empezó a hacer un nombre. Poco a poco. Ganando algún torneo y destacando en el ring. "No es que fuese famoso, para nada, pero tenía cierto reconocimiento". Mientras tanto se ganaba la vida con varios trabajos. Hasta que tuvo que decir adiós. No adiós al boxeo, si no a su país.

La situación económica y social se volvía insostenible y en 2018 hizo las maletas junto a su padre y su novia. Tenía solo 21 años. "Fue muy duro, porque no es fácil dejar parte de la familia atrás, pero no me quedó otra. Venezuela estaba muy mal". Empezó casi de cero y eligió Trinidad y Tobago. "Tenía amigos allí, lo conocía y me permitía seguir entrenando y compitiendo". Allí su vida dio un cambio radical. Era ilegal. Ya no había gimnasio que valiese. Su lugar de entrenamiento pasó a ser un pequeño patio de la casa donde vivía. Y su entrenador, su padre. La logística era complicada, pero el objetivo estaba más claro que nunca. "Tenía claro que lo que quería era ir a unos Juegos Olímpicos, siempre estuve enfocado para eso, para que la oportunidad apareciese". Y apareció. El programa del COI que apoyaba a los deportistas refugiados fue su vía de escape. Sella tuvo que solicitar refugio, no solo por el boxeo. "No estaba de forma legal en Trinidad y Tobago y necesitaba ese papel". Tras incontables trámites, llamadas, emails y cartas, apareció la luz.

En diciembre de 2020 Sella empezó a formar parte del programa olímpico de refugiados. "No exagero: fue el momento más importante de mi vida. Empecé a tener otra vez un rumbo, porque antes era un inmigrante más sobreviviendo". El venezolano fue becado, lo que quiere decir que ya podía vivir del boxeo. Cumplió el sueño y el reto de ir a los Juegos de Tokio. No venció, perdió un combate que fue durísimo, pero para él fue una experiencia "nutritiva". A la vuelta de los Juegos se topó con un imprevisto: Trinidad y Tobago no le permitía regresar al país. "Me dijeron que sus leyes no acogen a refugiados". Entonces se instaló en Montevideo (Uruguay). Allí sigue a lo suyo, boxeando. Dice que es un luchador muy técnico. Que cuando se sube al ring no piensa, ejecuta. También dice que su siguiente reto son los Juegos de París, en 2024. Antes disfrutará de unos días "inolvidables" en Oviedo. Dice que los Premios parecen demasiado: "Es un privilegio y un honor". El sábado en el Campoamor no habrá ring, tampoco contrincante al que dar golpes, pero sí un sueño cumplido para Sella, que fue del patio de su casa a unos Juegos Olímpicos.

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