El discurso más largo de los cuatro que la Princesa Leonor ha pronunciado en la ceremonia de entrega de los premios a los que da nombre desembocó en una mínima alusión, muy breve, a las convulsiones de un mundo que «no es fácil», «que ha cambiado y sigue cambiando». Después de incitar a «mantener el entusiasmo por conocer», de exhortar «a equiparnos con responsabilidad y capacidad de esfuerzo» y de alentar a los jóvenes «aprender de los que saben», la heredera de la Corona terminó asentando sobre el legado de los galardonados la sentencia, como un conjuro, que cerró su alocución: «Las cosas siempre pueden cambiar para bien». «En días como hoy», enfatizó, es eso lo que «nos hace sentir» el ejercicio que ella hizo ayer al «escuchar, admirar y reconocer la excelencia de nuestros premiados».

Fue la culminación pretendidamente alentadora de las 696 palabras y casi cinco minutos clavados de parlamento que la princesa adolescente dedicó sobre todo a entresacar lecciones de las biografías de los distinguidos. Reprodujo el formato del año pasado, una suerte de versión reducida y adaptada del discurso en el que su padre glosa cada año en el Campoamor, una a una, las virtudes de cada galardonado. Leonor, «muy feliz por volver a Asturias un año más», les recordó a los presentes su edad –«en unos días cumplo diecisiete años»– antes de asegurar que «descubrir la obra de nuestros premiados me ayuda a entender mejor el mundo que nos rodea».

Se trabó poco, leyó con miradas alternativas al papel y al auditorio y pronunció los nombres de los premiados británicos con inglés de internado de Gales. Ante la sonrisa complacida y los cabeceos de asentimiento de su madre, ante la emoción que no pudo disimular su abuela materna y antes de recibir el veredicto susurrado de su padre, «bien, muy bien», la Princesa introdujo con las mismas dos palabras, «me importa», cada una de las semblanzas breves que hizo de los premiados. Le importa, dijo, que María Pagés y Carmen Linares hayan alcanzado «la armonía de quien evoluciona y mantiene a la vez la esencia de la tradición, que Adam Michnik «no tenga miedo a hacer un periodismo responsable y riguroso» o que Eduardo Matos Moctezuma –la pronunciación del apellido le dio un problema– «nos descubra el pasado para comprender lo que somos». Le importa que el premio a Juan Mayorga ayude a valorar su obra y a «hacernos preguntas» y que el galardón de Ciencia de este año haya servido para demostrar «que el impacto social de la Inteligencia Artificial necesita recursos y atención». También es importante que el arquitecto Shigeru Ban se dedique a ofrecer «soluciones a quienes han perdido sus casas» y además de importar «preocupa» que un deportista no pueda progresar «porque se haya visto obligado a huir de su país».

En ese esfuerzo, muy visible, por enseñar el lado bueno de un mundo que se está poniendo feo, también es importante que Ellen MacArthur «haya conseguido que gobiernos, instituciones científicas, grandes empresas y la sociedad trabajen juntos para que se utilicen mejor los recursos naturales» y que «estemos todos aquí», en fin, «celebrando y aprendiendo, y que reconozcamos a nuestros premiados con el mejor espíritu que estos tiempos necesitan».

Repitió de otra manera apelaciones ya escuchadas de otro modo en sus discursos anteriores, entre ellas la mención en primera persona a «los jóvenes», que «somos conscientes de que la situación actual no es fácil», y alargó la impresión de estar cumpliendo en cada edición de la ceremonia los pasos muy medidos y cautelosos de un curso de formación para princesas.