Las dos lunas de Murakami, por J. L. Salinas

El autor nipón es alabado por la crítica y el público solo hasta cierto punto

El escritor japonés Haruki Murakami.

El escritor japonés Haruki Murakami. / José Jácome

José Luis Salinas

José Luis Salinas

La puerta de entrada a la obra de Haruki Murakami, recién nombrado Premio "Princesa" de las Letras, suele ser una novela menor, pequeñita y accesible que en España se titula "Tokio blues" y que no representa para nada de lo que es capaz el autor japonés. Pero sí que da pistas. El joven protagonista (y esto no es ningún spoiler) siente una enorme nostalgia al escuchar una canción de los "Beatles" dentro de un avión y rememora un antiguo amor que vivía (por circunstancias de la vida) en un centro de rehabilitación mental (o algo parecido) perdido en las montañas niponas. Lejos del bullicio. Lejos de la vida. Las pistas son que la música y la nostalgia son los dos hilos por los que, como si fueran funambulistas, se van a tener mover los lectores de este eterno candidato al Nóbel. Haciendo esfuerzos por no caerse.

Pero hay muchos Murakamis. Hay un Murakami para quien busca meterse en un pozo de la mano de una niña y allí, encerrado en la oscuridad durante días, consigue olvidarse de que su vida es una mierda y logra estar solo con sus reflexiones y sus miedos como en "El pájaro que da cuerda al mundo"; hay un Murakami que busca gatos y que huye de su casa como en "Kafka en la orilla"; y hay un Murakami que diseña estaciones de tren y que se va desdibujando socialmente hasta caer en el olvido como en "Los años de peregrinaje del chico sin color". Sus historias son mundos que se entrelazan, con personajes que viven de espaldas y que acaban encontrándose cuando esos mundos, hasta ese momento ajenos, coinciden y colisionan. Como en la que es su obra cumbre: "1Q84", un título con el que quiso rendir pleitesía a su admirado George Orwell y en el que plantea, en los tres volúmenes del libro, una novela policiaca, una romántica y otra de fantasía en el que los personajes se mueven entre varios mundos, el real, el irreal o el literario. Solo las lunas marcan la diferencia entre cada uno de ellos.

Aficionado al deporte, llegó a hacer una ultramaratón (corrió más de cien kilómetros) y abordó su afición en un libro muy flojo titulado "De qué hablo cuando hablo de correr", al que los pedantes aluden de vez en cuando abstraídos por su singular título sin haberse sumergido en sus páginas. Mucho más interesantes, aunque el autor peque de altanería, son sus entrevistas con el director de orquesta japonés Seiji Ozawa recogidas en "Música, solo música".

Es alabado por la crítica solo hasta cierto punto. En Japón, al contrario de lo que se piensa en Occidente, cuenta con bastantes detractores. Todo porque se ha divulgado que suele escribir primero sus novelas en inglés (una lengua que domina a la perfección) para después traducirlas al japonés, con lo que para el público nipón las obras pierden algo de frescura, de la que sí se benefician los lectores occidentales.

Paradójicamente, por esta zona del mundo también le han salido bastantes detractores. Por lo general, arrogantes gafapastas que lo ven como un producto de masas, de consumo rápido, con libros en los que abundan las referencias a la cultura pop, a la música clásica, a la literatura rusa que adora, a mundos de fantasía muy alejados de una vida, la terrenal, tremendamente aburrida, y constantes alusiones a gatos. Los reparos que Murakami genera se deben muy probablemente a que esos petulantes nunca se han dejado llevar por la melancolía y están más preocupados por acomodarse a la exagerada velocidad que diariamente les exige el mundo. No tienen tiempo para pararse y contemplar las dos lunas de Murakami, como le pasó a Tengo Kawana desde lo alto de aquel parque infantil de un barrio de Tokio que el autor describe en "1Q84" y donde se dio cuenta de todo.

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