Oviedo, Eduardo GARCÍA

Javier Bueno y Juan Antonio Cabezas se conocieron en el diario «Avance», en Asturias, y se despidieron en la prisión de Porlier, en Madrid. Por el medio, una revolución, la asturiana de Octubre de 1934, y una guerra civil. Juntos protagonizaron eso que se dio en llamar la odisea de los vencidos. A Bueno lo fusilaron el 27 de septiembre de 1939, y Cabezas, también condenado a muerte, dio el primer regate al destino cuando desde la prisión logra ganar un concurso nacional de relatos. El premio: integrarse en la redacción de «Redención», un periódico escrito por presos, el único que podía circular en las cárceles de aquel primer franquismo. Firmaba el Redactor Recluso, el título que ayer eligió su nieta, la periodista Elvira Bobo Cabezas, en su charla en la Universidad dentro del ciclo «Recuperando la memoria», con motivo del centenario de la Asociación de la Prensa de Oviedo.

Junto a Elvira Bobo perfiló a Javier Bueno la periodista y profesora de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense Mirta Núñez. Ambas recorrieron una historia vital compartida, que en su capítulo más dramático tiene a El Musel como escena en el día del éxodo masivo, con las tropas nacionales a punto de entrar en Gijón. Cabezas, «un liberal sin partido» que había llegado con 28 años a la dirección de «El Carbayón», ve cómo el barco en el que buscaba la libertad es interceptado en alta mar: «Arroja al agua su documentación, su pluma y cambia de nombre», lo que no le serviría para sortear una sentencia de muerte dictada tras un simulacro judicial.

«Defiéndase usted si puede, que a mí no me hacen caso», le confiesa su abogado. Diez minutos por reo. Las pruebas, las crónicas de «Avance» y la disparatada acusación de «incitación al incendio de iglesias y obras de arte».

Javier Bueno, por su parte, «sabía que la ejecución de su condena no tenía vuelta de hoja», aseguró Mirta Núñez. Dejó una primera esposa con siete hijos, y una segunda con otro más. «Toda su familia heredó la persecución, la ley de Responsabilidades Políticas les dejó sin bienes. A su segunda esposa la encarcelan, mientras el resto de la familia, expulsada de su casa, acaba viviendo en un garaje. Aquel periodista de raza que era Javier Bueno, al que se le tildó de «gestor moral de la Revolución asturiana», en palabras de Calvo Sotelo, pasó sus últimos días impartiendo clases de Gramática a los demás reclusos. Por su parte, Juan Antonio Cabezas vio conmutada su pena de muerte en 1941 (la alternativa, 30 años de prisión: menos es nada).

En 1944 sale de la cárcel «con cuatro libros bajo el brazo», signo de una capacidad creativa asombrosa concretada, entre otras cosas, en unos 12.000 artículos periodísticos. Sus antecedentes penales no se cancelarían hasta 1964. Aquel «protagonista de una tragedia con el telón de fondo del periodismo» a quien su nieta le recuerda mientras la enseñaba a aporrear la máquina de escribir, dijo aquello de «soy feliz porque he tenido fantasía suficiente para serlo».

En la cárcel, Javier Bueno, su amigo y también un poco su maestro, le da un consejo que él mismo no sigue: «Aprovecha todas las oportunidades que te dé el vencedor», y Cabezas se agarra a la supervivencia. Uno muere, otro vive, pero ambos fueron víctimas aunque, como apuntó Elvira Bobo, «las verdaderas víctimas no fueron ellos, sino los que los condenaron, los que los silenciaron».