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Fútbol Primera División: El análisis

Montaña rusa de emociones

El último cuarto de hora del partido fue una montaña rusa de emociones, en la que el Sporting, zarandeado por la suerte, se asomó a la exaltación para hundirse luego en el infortunio y acabar finalmente en el delirio del triunfo. Todo comenzó en el minuto 76, con una falta de Juanfran a Jony frente a la esquina derecha del área atlética. Cuatro jugadores rojiblancos -el Atlético vistió ayer de azul- hicieron cónclave alrededor del balón. Después del parlamento, el saque se convirtió en un suave pase a Sanabria, que se preparó el balón y largó un trallazo a media altura. Iba hacia la portería, pero encontró el poste izquierdo, que lo escupió, entre la desesperación de los jugadores locales y de una afición que, como ellos, había entrado al fin en el partido. Pero, tras ese bajón, vendría, sólo dos minutos más tarde, otra subida. Nacho Cases provocó una falta al borde del área y frente a la portería. De nuevo Sanabria, ahora sin conciliábulo, fue hacia el balón. Frente a él tenía una amplia barrera, en la que se habían incrustado algunos sportinguistas. El movimiento de éstos, cuando Sanabria iba a disparar, propició que la barrera se abriese. El balón, fuerte y a media altura, tocó en Kranevitter y se desvío lo justo para descolocar a Oblak y colarse por el centro de la portería. Era el soñado empate, que convirtió El Molinón en una caldera hirviente. Así estaba cuando, en el minuto 85, Sanabria se escapó por la banda izquierda y superó a Giménez, que le salía al cruce y se lesionó -pareció un tirón- en el intento baldío de frenarle. Sanabria corrió en diagonal hacia la portería, mientras Lucas salía a taparle y Carlos Castro llegaba a su espalda, solo. Con El Molinón en vilo, Sanabria apuró la jugada y finalmente, ya cerca de Oblak y Lucas, metió con el exterior del pie el balón por entre los dos en dirección a Castro. Entre éste y la portería no había nadie, pero cuando Castro conectó su pie izquierdo, el bueno, el balón se elevó y fue a rebotar en el larguero. Todo el mundo lo había presentido como un gol seguro, pero se malogró de una forma inaudita. La montaña rusa precipitó de esa forma al Sporting y sus seguidores hacia un abismo que no parecía tener otros límites que los del infortunio sin esperanza. Pero, por más que lo pareciera, no era la última emoción que reservaba el partido. Sólo tres minutos después surgiría una más, la definitiva. Con el Sporting volcado sobre el área atlética, Sanabria filtró en corto un balón a Isma, quien, a su vez, lo prolongó a Jony, que había ganado la espalda a la defensa. Jony apuró la carrera hacia el palo y, antes de llegar a él, adelantó un balón blando hacia la boca del área, donde de nuevo llegaba, tras un desmarque perfecto, Carlos Castro. Y ahora sí. Con la derecha empujó suavemente el balón y lo alojó dentro de la portería. Y en El Molinón se hizo un delirio que no se extinguiría hasta bastantes minutos después de que la montaña rusa terminara sin más sorpresas su fantástico viaje.

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