El sueño de aquella niña de seis años que un buen día se plantó ante sus padres y les dijo que quería dejar la danza para ser portera, se cumplió el pasado fin de semana. Todavía en edad juvenil (18 años), Ana Valles Camisella debutó en Primera División con el Rayo Vallecano en un partido de máxima exigencia ante el Valencia fuera de casa y logró mantener la portería a cero. El Rayo consiguió la victoria y Ana Valles dio el salto definitivo a su carrera. "No esperaba jugar. Viajé a Valencia y ni miré la alineación, pero una compañera me avisó y ahí estaba", relata serena, con la madurez de los elegidos.

La gijonesa lleva en Vallecas desde el pasado mes de agosto. Meses antes recibió una llamada de Laura Terrisco invitándola a dejar Asturias y unirse a la familia rayista. Era un momento clave en su vida, empezaba la universidad y había que medir cada paso. "Me llamó, lo pensé detenidamente y unas semanas después le dije que me iba para Madrid", relata. Así fichó por el Rayo Vallecano y se matriculó en Derecho en la Universidad Complutense. "Llegué con ficha del primer equipo, pero nunca jugaba y como el filial iba bastante mal, acepté bajar a jugar con ellos". En los cinco partidos que Ana Valles jugó con el filial, el Rayo B sumó 12 puntos de 15 posibles.

Alberto Ruiz de la Hermosa, entrenador del primer equipo del Rayo Vallecano, no le dio ninguna pista antes de poner su nombre en el primer lugar de la alineación que se iba a enfrentar al Valencia, en un partido importante en la lucha por clasificarse para la Copa de la Reina. "Era el cumpleaños de mi padre y sólo me dio tiempo a mandarle un whastapp. Me concentré en el partido y cuando le llamé al final, me felicitó él a mí. Ya sabía que habíamos ganado y que no me habían metido goles". Ana asegura que no se puso nerviosa, pero a su padre, en Gijón, se lo comían por dentro.

"Quería transmitir confianza y demostrar que puedo llevar la presión". Ana Valles cumplió con creces estos objetivos y despachó con solvencia el abundante trabajo que le dio el Valencia: "Fue un partido con mucha tensión. El Valencia tocaba, pero con cierta indecisión. En una contra, tuvimos la suerte de provocar un córner y ahí marcamos". Lo hizo Costa, era el minuto 23, y el Rayo centró todos sus esfuerzos en defender ese gol como un valioso tesoro. "Tuve algunas acciones de fortuna, pero estuve a gusto y tranquila", relata con humildad. El aluvión de felicitaciones que recibió tras el choque deja claro que la fortuna no tuvo demasiado que ver en su éxito.

El futuro es incierto, pero parece complicado quitar a la gijonesa de la titularidad, a la que llegó por una decisión técnica, después de demostrar su valía en el filial. "Fue un voto de confianza que me dio el entrenador. Una oportunidad para demostrar un poco mis cualidades y seguir trabajando con ánimo", agradece.

La portera gijonesa saltó a la fama cuando la selección española sub-16 la convocó para unas sesiones de entrenamientos con sólo 13 años. Por entonces jugaba en La Braña y la Primera División era sólo un sueño de la niña y de su padre, Javier, su sombra en todos los campos de Asturias. Su carrera quiso empezar en el Codema, pero no le permitieron jugar allí, así que encontró acomodo en el Montevil (tres años), luego fue el Begoña (3 años), el Oviedo Moderno, La Braña, E.F. Mareo, de nuevo el Oviedo Moderno y ya el Rayo Vallecano.

En el capítulo de agradecimientos, Ana Valles tiene un mensaje especial para "la familia" de Dorsal 13: "Llevo allí desde los 12 años y éste es el primero que no trabajo con ellos". Esta escuela de porteros fue una de las primeras en felicitar a la gijonesa. Otro recuerdo especial es para el exportero del Sporting, actualmente en el Numancia, Juan Pablo. "Lo conocí en una visita que hizo al campus de Dorsal 13 y desde entonces mantenemos una amistad muy bonita. Es un hombre muy bueno, además de un gran portero, hasta me ayudó a conseguir un patrocinio", explica. No hace falta decir que, en su debut en Primera División, Ana Valles lució el dorsal número 13.