Va a ser así, no se engañen. Habrá que pelear la permanencia hasta el último minuto del último partido. Como las finales no se juegan, se ganan; el Sporting celebró ayer una victoria de corazón. Porque de eso andan sobrados los guajes de Abelardo. El Sporting tiene alma y se aferra a la vida con toda la energía, con toda la garra de que son capaces estos chavales. Pero también con fútbol y esa fue la gran novedad de la noche. El Sporting jugó y lo hizo bien, buscó la victoria con decisión y tuvo un puñado de buenas ocasiones. También sufrió, de lo lindo ante un Sevilla que vino a El Molinón con ganas de pelea. Lo dejó claro Ramí desde el autocar con sus gestos indicando el camino a Segunda.

Comparece el Sevilla de luto riguroso. Como quien se viste para asistir a un entierro. Como si acudiera a Gijón a cobrar viejas facturas pendientes de pago. Como si los amigos de sus enemigos, fuesen enemigos suyos. Para más dramatismo llueve sobre El Molinón, con la terquedad de los aguaceros abrileños. El Sporting destila fuego. Esta vez sí, los futbolistas irradian furia en sus miradas. Van a todas y, claro, el partido se calienta pronto. Al Sevilla, ténganlo presente, no le gusta pasear y pelea cada pelota como si estuviera jugando la final de la Liga de Europa. O como si el rival estuviese hermanado con el Betis. No hay un ápice de clemencia en los ojos de Iborra o de Llorente. El valenciano celebra con rabia su gol. Un puñal que se clava en la yugular del sportinguismo. Un salvavidas para su Levante, cuya camiseta nunca se ha quitado del todo.

Abelardo sale está vez con lo mejor que tiene. Si esto no alcanza, es que el equipo no llega. Es bastante para comprometer a todo un Sevilla, para sumar una victoria que da vida al Sporting. Casi da rabia imaginar a este equipo en el Ciudad de Valencia o en el estadio de Gran Canaria. El talento florece pronto. Halilovic conduce una contra, desoye los gritos de la grada que le invitan a la precipitación, atrae a varios defensas y abre a Jony, en posición franca. Toque quien toque su centro, raso, duro, el balón irá para adentro. El Sporting empata y el lío empieza en los banquillos. No hay trámites en este partido.

Con más o menos acierto, Halilovic está en todo lo bueno del Sporting. También Carmona muestra una versión mejorada e intensa del futbolista frío que conoce El Molinón. Con el resto, no hay debate. Están los que son. Son los que están.

El segundo tiempo es un calvario. Un sufrimiento en el que El Molinón arropa a su equipo mientras se aferra a Cuéllar. A Meré. A Luis Hernández. A todos y cada uno. Las ocasiones visitantes hacen cola en el limbo y los minutos pasan, entre un desgaste tremendo, en un campo pesadísimo. Es una emboscada para el Sevilla. Abelardo usa los cambios con tino. Todo el mundo sabe que el Sporting no ha dicho la última palabra, ni en el partido, ni en la Liga. Los guajes apuran la reserva de combustible para uno de esos arreones finales, que le han dado tantos tardes memorables. El gol de Isma López (nadie se lo merece más que él) suelta quilos de rabia contenida.