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La sangría final

El Sporting ha recibido después del minuto 80 siete de los dieciséis goles (43,75%), que le han costado ya dos derrotas

La sangría final

Hubo un tiempo en que el Sporting acostumbraba a terminar los partidos encerrando a su rival en su área. Nunca estuvo claro si se debía a una extraordinaria preparación física o era una cuestión más vinculada al carácter y al orgullo de un equipo que podía caer, pero que siempre ha sabido levantarse. Seguramente fuera la suma de ambos. Este efecto, que les ha dado a los de Abelardo alguna victoria memorable, se ha difuminado completamente. Hasta el punto de que es ahora al Sporting a quien se le hacen largos los partidos.

El dato es abrumador: siete de los dieciséis goles recibidos por los rojiblancos han llegado después de superar el minuto ochenta. Esto supone que un 43,75% de los goles recibidos llega en el tramo final de los partidos. Al Sporting le cuesta cerrar los partidos, incluso cuando los tiene encarrilados. Así se le complicaron las victorias caseras ante Leganés y Athletic, en las que el equipo terminó sufriendo, o el empate de Mendizorroza, con el volcado en la portería de Cuéllar en los últimos minutos. Por esta misma vía, se le han escapado dos empates en sus desplazamientos a Galicia que hubieran sido oro molido para un equipo en crisis de resultados.

Son sólo dos puntos, lo que no es poco, pero es la sensación de mantener fuerte y de no permitir renacer a rivales heridos. En particular el caso del Deportivo, un rival directo de los rojiblancos. Es cierto que el Sporting no tuvo nada de fortuna en las acciones decisivas de estos dos partidos, pero también lo es que el equipo no supo cerrar dos partidos que tenía encarrilados en sus últimos minutos.

El penalti señalado a Amorebieta en Balaídos fue dudoso y discutible, pero el Sporting asumió demasiados riesgos en esa jugada: permitió al futbolista celtiña recibir en el área, girarse con comodidad y Amorebieta se lanzó al suelo de forma casi temeraria. El gol de Babel en Riazor es el culmen al acoso gallego y a la incapacidad del Sporting para enfriar el encuentro. La jugada es un ejemplo de cómo no defender.

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