No hubo reacción ni síntomas para creer en ella. El sportinguismo expresó su decepción en los silbidos con los que el público despidió al equipo al finalizar el partido ante la Real. Unos pitos por parte de sus seguidores que son los primeros que sufre el conjunto rojiblanco desde que Abelardo llegara al banquillo. Al menos, de manera tan rotunda. La jornada, que había empezado con una convocatoria para recibir al cuadro gijonés en su llegada en autocar a El Molinón, concluyó con una nueva derrota, dudas y otro partido más, y ya van nueve, sin conocer el triunfo.

"Fuerza y honor", rezaba la pancarta con la que el sportinguismo aguardaba al equipo a la altura del fondo norte del municipal gijonés. Un lema con el que se recibió al flamante nuevo autocar del Sporting y al que muchos apelaron durante varias fases del partido ante la Real Sociedad. El inicio del partido centró las miradas en Douglas, novedad en la alineación y pitado durante su última aparición en el municipal gijonés, ante el Barcelona. El examen al brasileño obtuvo su primera aprobado tras una contundente segada del jugador a un rival. El equipo no acababa de carburar, pero pocos pensaban que el frío del ambiente acabara calando tan hondo en el juego.

El primer gol de la Real comenzó a encender los ánimos en la grada, apagados rápidamente por el fogonazo con el que Cop hizo el empate. Fue un pequeño momento de tregua que, en el descanso, hacía que muchos celebraran que el equipo mantuviera las tablas en el marcador, ya que el dominio donostiarra iba en crecimiento. "Creo que al final vamos a ganar 3-1", pronosticaba Pablo Carreño en el palco de honor de El Molinón. El tenista gijonés, homenajeado por el club por la gran temporada que ha protagonizado, tuvo que lamentar finalmente que el orden fuera inverso.

Carreño, que se confiesa admirador de Sergio Álvarez, vio cómo el Sporting se desdibujaba tras el descanso. El sportinguismo comenzó a desesperarse tras ver otros dos tantos donostiarras sin que los de Abelardo tuvieran capacidad de respuestas para responderlos.

Las largas posesiones de la Real, que dormía el partido cuando todavía quedaba por delante más de veinte minutos, abrían unos silencios eternos en el campo que sólo se rompían con los silbidos de la afición. Era la manera de intentar hacer despertar a un Sporting que parecía haber bajado los brazos, algo que no se permite en El Molinón. Entre los 23.43 espectadores hubo quien esperó hasta el final para volcar su malestar hacia el equipo y hacia el banquillo, ya que Abelardo también fue el centro de los reproches. A la mayoría, de todas formas, se le agotó la paciencia, dejando las gradas media vacías al finalizar el encuentro y haciendo aún más visible la decepción.