La trágica noticia del fallecimiento del hincha argentino de 22 años, Emanuel Balbo, después de haber sido arrojado al vacío por unos salvajes, desde una grada del estadio Mario Alberto Kempes en Córdoba (Argentina), ha devuelto al primer plano de la actualidad deportiva, esa lacra que supone la violencia en el fútbol y que con una periodicidad cada vez más alarmante, contamina y envilece un deporte que con episodios tan negros como este, deja de serlo.

Ha ocurrido además en un fin de semana donde hemos sido también testigos, de los gravísimos incidentes acaecidos en Francia, con motivo del partido que enfrentaba al Bastia y al Olympique de Lyon. En él, hinchas locales saltaron al césped para primero intimidar y después agredir a los jugadores del conjunto visitante, lo que provocó finalmente la suspensión del encuentro.

El mismo fin de semana en el que el fútbol base se ha visto igualmente salpicado por otros hechos, no por menos graves, menos reprobables, y que tuvieron lugar además en nuestra región. Ocurrió en uno de los partidos correspondientes a la Oviedo Cup, teniendo como tristes protagonistas a los equipos cadetes del Real Sporting y del Real Vallecano. Y dejemos por favor a un lado nuestra subjetividad cuando tratamos temas tan serios como este. Quien comenzara en este caso la tangana que se produjo, poco importa. La violencia no puede nunca encontrar como respuesta más violencia. Y punto.

Hechos como los citados anteriormente, cuando todavía no habíamos logrado borrar de nuestra memoria, las bochornosas imágenes de los incidentes producidos por hooligans del Leicester inglés, en su reciente visita a Madrid, hacen que resulte más complicado no llegar a cuestionarse si un mundo sin fútbol, no sería tal vez un mundo menos violento. La respuesta rotundamente ha de ser no. Porque el fútbol no es así. Así son las personas violentas que existen en la sociedad actual. Las personas que si no existiera el fútbol, encontrarían otra válvula de escape para dar rienda suelta a esa bestia enferma de rabia que llevan dentro.

Basta ya con tanto '¡Basta Ya!' y demás eslóganes contra la violencia. Hemos de pasar de una vez por todas de las palabras a los hechos. No podemos eludir por más tiempo nuestra responsabilidad. Entre todos hemos de conseguir expulsar del fútbol y de la sociedad a los violentos. Al tiempo, debemos mimar la educación que reciben los más pequeños desde sus primeras patadas a un balón. A ellos hemos de inculcarles valores como el respeto al rival y que la derrota, aunque dolorosa, forma parte del deporte. Como la vida misma. Solo que esta, va mucho más allá del fútbol, que no es sino un mero entretenimiento que hemos ido sobrevalorando, hasta el punto de transformarlo en algo irracional. Y de la irracionalidad a la violencia no hay ni medio paso.

Pero créanme si les digo que un fútbol vivido con pasión pero sin violencia es posible. Es evidente que no es una tarea fácil, pero si seguimos por este camino, con medidas tibias y puntuales, quizás en unos años el único fútbol que podamos disfrutar sea el que veamos en nuestras videoconsolas. ¿Hace falta llegar a ese extremo?