Es probable que el Sporting, como asegura Rubi, corriera ayer más que su rival. Es evidente que el Espanyol supo interpretar mejor el partido y casi sorprende el conformismo de los catalanes con un empate que les aleja de forma casi definitiva de sus aspiraciones europeas. El Sporting de ayer sí pareció un equipo que se juega la vida. Los rojiblancos disputaron cada pelota y buscaron la portería rival, a veces incluso con precipitación. Lo que nunca consiguieron fue sacudirse esa sensación de pánico cada vez que el balón merodeó el área de Cuéllar.

Quique Sánchez Flores supo leer el partido y ordenó a Piatti buscar la espalda de Douglas. Por ahí sufrió el Sporting. El Espanyol asustó en un par de ocasiones de Marc Navarro, mientras que Víctor Rodríguez y Cop lideraban la carga rojiblanca. Un derribo sobre el catalán en el vértice del área generó expectación. Tras una breve negociación, Cop se alejó y se quedaron Víctor Rodríguez y Nacho Cases. Subieron los centrales y todo invitaba a pensar en un balón centrado al área. Víctor Rodríguez tenía otro plan. El catalán buscó el primer palo de la portería con un lanzamiento al bote que se envenenó en el mojado césped y sorprendió a Diego López. Los corazones se inundaron de esperanza.

El descanso dio paso a la peor fase del Sporting. El Espanyol mostró su lado firme y sólido, encerró a los rojiblancos y cargó una y otra vez. Curiosamente, fue cuando el Sporting se estiró, cuando los periquitos volaron a la contra y sacaron rendimiento del desorden local. El Espanyol sondeó el efecto del empate con otro cabezazo de Gerard Moreno, pero el Sporting no se fue a la lona.

Tras unos minutos de duda, los rojiblancos lanzaron una carga furibunda y desordenada. El equipo atacó a impulsos, como cegado por la rabia, mientras el Espanyol se limitaba a protegerse. Rubi, el inmovilista, volvió a dormirse con los cambios y, a pesar de que al Sporting se le iban el aliento y la vida, no sacó a Carlos Castro hasta el minuto 70. El Sporting tuvo dos ocasiones para soñar, pero Cop remató al aire y Diego López cerró la puerta en las narices de Burgui. El sportinguismo abandonó El Molinón con mal cuerpo y con la sensación reiterada de que el suyo es un equipo dependiente, que fía su destino a los errores ajenos. La ocasión volvió a escaparse y ya se agotan las excusas, las explicaciones y la esperanza.