“Sabes que, te estoy diciendo cóseme,

que cierres lo que abriste bien,

no que hagas como que te escondes.

Solo dime cuándo, no me digas dónde,

miraremos juntos el mismo horizonte”.

Beret.

Otro descenso. Otra decepción. Otro sueño roto. Otra familia hecha trizas. Otra vez la afición llora la ineptitud que se fragua en el despacho y que se transmite en el césped. Y lo peor es que, por enésima vez, este final se vislumbró con meses de antelación. Y es que cuando el sueño torna pesadilla, una temporada se puede hacer excesivamente larga. ¿Lo bueno? Que las lágrimas no son de pena, sino de rabia. Y la rabia solo conduce a verbalizar el hartazgo y, por ende, a la verdadera aparición de cambios.

La reflexión de esta temporada [aunque ya se cuenta en décadas la posibilidad de haberla desarrollado] es clara: cuando les permitieron confeccionar la plantilla, se fracasó; cuando les obligaron a darle el papel protagonista a Mareo y convertir a la causa a algunos ‘forasteros’, Gijón volvió a soñar.

Dicen que el hilo de coser es distinto al de hilvanar: el primero es más fuerte y el segundo se rompe con facilidad. Está claro que los del palco optaron por la segunda opción. De hecho, se podría decir que ni siquiera lo usaron, simplemente deshilacharon el que ya estaba en perfectas condiciones. El hilo que cosió la gesta del ‘Sporting de los Guajes’ fue el de la mejor calidad, porque pese a no ser el de la ‘marca estrella’ demostró ser un producto de garantía. Sobre todo porque tenía mucho de pasión y poco de producto. Esta es la clave. Y es que, en el Sporting, como en la vida, al final lo que triunfa es lo que se hace con verdadera devoción y con el único interés de hacer feliz a la gente haciéndoles partícipes de la felicidad propia. Recuerden las caras de los que llevan al Sporting en el corazón el día del ascenso o de la permanencia. Es cierto que hay veces que una imagen vale más que mil palabras.

Esta nueva catástrofe solo deja evidente algo que nunca debió cambiar: el club ha ser comandado por sportinguistas y no por empresarios. Así llegan los buenos resultados. Miren el ejemplo del Éibar. Poco hay que añadir.

El Sporting no es Fernández, nunca lo ha sido y nunca lo será. El Sporting se encuentra en el corazón de cada uno de los que aman ese escudo. Se ve representado en las lágrimas de Roberto Canella o Jorge Meré. Y plasmado en el rojiblanco. Con Mareo a la palestra y el buenhacer en los despachos, el club de Anselmo López volverá a ser grande. No cabe duda que es por esto por lo que hay que luchar.

¿Saben? Lo triste no es que el Sporting haya perdido la categoría -por tercera vez con esta familia al mando y séptima en sus 112 años de historia-, lo verdaderamente triste es que todavía haya afición que defienda o enmudezca ante la pésima gestión. El Sporting para los sportinguistas.