No dio tiempo a ver el equipo que había imaginado Paco Herrera, con Rubén en la derecha, Santos en la izquierda y Moi Gómez en el enganche por detrás de Scepovic. La lesión de Sergio dio al traste con todo y el técnico catalán se vio obligado a improvisar, que es lo que peor se le da. Ni por un segundo valoró la solución más natural que hubiera sido darle campo a Rachid. Tampoco quiso ordenar al equipo con Carmona en una línea de cuatro mediapuntas más clara que la resultante. Escogió devolver a Canella al lateral izquierdo y dejar a Isma López en tierra de nadie.

Una de las buenas noticias del día fue Álex Bergantiños. El gallego demostró que se basta y se sobra como pivote único en caso de necesidad. Fue él quien inició la jugada del primer gol con una buena apertura al espacio para la cabalgada de Calavera. Su centro, no demasiado ortodoxo, lo convirtió en asistencia Scepovic con uno de esos remates que cierran debates. No hubo corte de mangas, como había casi pedido el técnico, pero el tanto sí que fue celebrado con rabia.

Lució también Moi Gómez, hasta que Herrera lo alejó incomprensiblemente del enganche. El alicantino lanzó a Isma López con un buen pase al vertical y profundo. El navarro, revivió sus tiempos de extremo y dibujó un pase atrás al que Santos no fue capaz de hacerle los honores y resolvió con un remate blando, a las manos de Masip. Y es que al Sporting, ayer, le falló la munición. En el segundo tiempo, dos errores de Deivid brindaron sendas ocasiones a Scepovic y Santos para haber matado el partido, pero Masip se les hizo gigante a ambos.

Ahí se acabó el Sporting, al que el Valladolid fue haciendo recular más por empuje que por fútbol. Los pucelanos tampoco están para tirar cohetes, por más que se vayan radiantes con el empate. Al Sporting le falló ayer su punto fuerte. Todas las ocasiones del Valladolid, salvo un disparo venenoso de Míchel, llegaron en saques de esquina. Borja y Luismi dominaron el área rojiblanca ante la desesperación de Mariño, al que le iban faltando manos para achicar el peligro. Y fue así, en otro córner mal defendido, como se consumó el empate.

El Molinón, que venía reclamando dosis de testiculina durante el choque, comenzó el concierto de pitos y señaló a sus culpables favoritos a medida que Herrera se los ponía en suerte. El ambiente se enturbió y hasta se temió por el punto. Tras el empate, los rojiblancos no dieron ningún síntoma de acercarse a la victoria.

Fue un partido de porteros y el Sporting tiene al Zamora. Gracias a eso, pareció durante buena parte del choque que los rojiblancos amarrarían los tres puntos. Fue Mariño quien tras la igualada tuvo desbaratar aún dos buenas ocasiones más. Primero con una estirada junto al palo para desviar un disparo cruzado de Míchel y luego con una mano eléctrica en otro cabezazo a quemarropa de Borja, quien tendrá pesadillas con el portero gallego.

El Sporting suma un punto de los últimos seis y vuelve a abrir el saco de las dudas. Las sensaciones del equipo no son buenas, con el agravante de que ahora patina donde siempre piso con firmeza: en las dos áreas. A la espera de conocer el alcance de la lesión de Sergio, el sportinguismo mira con preocupación la marcha de su equipo, que ayer logró sobrevivir en medio del caos.