La desconfianza no entiende de simpatías. Paco Herrera cayó de pie en Gijón, donde fue recibido como el hijo que vuelve a casa para "completar un círculo", como él mismo aseguró. Al sportinguismo le gustó la apuesta por un viejo conocido, un hombre con una trayectoria importante jalonada de éxitos y Paco Herrera le sedujo por el oído. El técnico llegó a Mareo prometiendo un ascenso que llegaría a base de un fútbol, valiente, atrevido y de vocación ofensiva. Se llenó la boca hablando de cantera, del talento joven que asoma por el filial y avaló sus palabras con Iagos Aspas y otras apuestas ganadoras. Herrera repartió flores a la afición y sembró el campo de ilusión. Cinco meses después, la desconfianza impera, el técnico ha perdido apoyo, las críticas arrecian y las dudas acechan. El Sporting, como el gato escaldado, muestra su malestar y dentro del club cala una fuerte preocupación, por más que se lancen mensajes de tranquilidad. Las causas de esta transformación se encuentran en lo sucedido desde junio.

La falta de fútbol se ha cronificado. Para ser precisos, el Sporting ha jugado mal casi siempre. Al equipo lo sostenía el talento individual de sus futbolistas y su contundencia en las dos áreas. El diseño de la plantilla muestra algunas carencias manifiestas. La herida se agrava por la falta de oportunidades para futbolistas que sí tiene Herrera a su disposición. Rachid y Nacho Méndez, por ejemplo, parecen los dos futbolistas que mejor encajan en ese perfil de centrocampista creativo que viene reclamando el técnico desde el verano. Para darlo con el gusto, Torrecilla le trajo a Álex López, una petición expresa del técnico. Como también lo fue el central Álex Pérez. Ambos llegaron del Valladolid y no han mejorado lo que había en el club.

Continuas contradicciones. De Paco Herrera gustan más las palabras que los hechos. Ya no se trata de cuestionar las decisiones que toma el técnico, el problema es que parece haberse propuesto dejarse en evidencia a sí mismo. Herrera remarca su vocación de sacar jugadores jóvenes, pero se muestra completamente remiso a pesar de los méritos evidentes de algunos futbolistas. El viernes defiende a Borja Viguera como una apuesta personal y el domingo el riojano es el único de los cuatro delanteros que no juega ni un minuto. Herrera promete un juego valiente y atrevido y forma un doble pivote de perfil marcadamente conservador. Es como si el propio entrenador se hiciera la zancadilla sin ninguna necesidad.

Baile táctico y de posiciones. Pronosticar que se va a encontrar un aficionado rojiblanco en el partido del domingo es un puro juego de azar. Paco Herrera no ha mantenido una apuesta firme por un dibujo táctico y ha alternado varios, incluso dentro de un mismo partido. También los futbolistas han sido víctimas de continuas modificaciones en su ubicación. El caso más sangrante fue el de Isma López en el encuentro ante el Valladolid, que terminó de pivote junto a Bergantiños.

¿A qué juega el Sporting? No es fácil decirlo. El equipo no ha tenido un estilo de juego definido a lo largo de toda la temporada. Lo que sí han quedado de manifiesto son algunas de sus carencias. Por ejemplo, que el Sporting no se encuentra cómodo cuando tiene que llevar la iniciativa de los partidos. O que le falta carácter para gestionar situaciones adversas.

Sin capacidad de reacción. Hubo un tramo de la competición en que el Sporting ganó cuerpo y se comportó como un equipo competitivo. Sin hacer un fútbol de alta escuela, los rojiblancos se ganaron el respeto de sus rivales. El equipo se mostró seguro atrás y sin conceder apenas ocasiones y lucía una pegada de peso pesado. Esto era así, con viento a favor. Cuando las cosas se tuercen el Sporting es un barco a la deriva. Ni los futbolistas ni el entrenador muestran capacidad de reacción. Herrera suspende de plano en la gestión de los cambios. Como prueba, hay un dato demoledor. En cualquier escenario posible, el Sporting se acaba cuando le meten un gol. Los rojiblancos no han logrado anotar después de que lo hiciese el rival en ninguno de los trece tantos que ha recibido.

Falta de identificación con la grada. El gran éxito del Sporting de los guajes fue la espectacular comunión entre el equipo, la afición y el cuerpo técnico. Para el sportinguismo era fácil identificarse con unos chavales a los que habían visto crecer o que, en el peor de los casos, habían madurado en su filial. El compromiso de esos jugadores con unos colores que eran realmente los suyos se tradujo en un espíritu de superación que llevó al equipo a un éxito inesperado. En el Sporting actual es más difícil. La inmensa mayoría de la plantilla lleva unos meses o como mucho una temporada en Gijón.