Miles, millones, innumerables estrellas hay en el cielo. Las hay con bigote, como Manolo. Las hay con mirada noble, como Anselmo. Las hay protectoras, como Alejo. Y también existen en la Tierra, aunque no brillan en abundancia. Éstas se reconocen fácilmente por su éxito, pero también por su sencillez; por su valor, pero también por su humildad€ pero ante todo por su luz. Concretamente la luz de unos ojos que revelan resiliencia: Quini salió victorioso en los sucesivos obstáculos que la vida terrenal le puso, excepto cuando perdió a su hermano Jesús -otro héroe, otra estrella-. Y convirtió en dogma y truco su mensaje: la esperanza es la mayor de las fuerzas.

La luz de Enrique Castro fue capaz de iluminar una ciudad como Gijón una y otra vez. Esa misma ciudad que está llena de corazones que alzan la mirada hacia el cielo en busca de respuestas cuando las cosas se tuercen. Pero también se podían permitir el lujo de mirar a escasos metros€ y ahí estaba él. Él fue, es y será la mayor estrella del Real Sporting de Gijón. Con su luz propia destellaba a los escépticos a la magia, porque brujos como él no habrá más, y guiaba a los creyentes, quizá porque él era el primero en creer siempre. Lástima que la pócima para su último truco no haya funcionado. El cielo está repleto de (buenas) estrellas y en la Tierra escasean. Ahora mucho más.

Aquello que oyen a lo lejos no es lluvia, es el sportinguismo llorando la muerte del futbolista que les llevó al noveno cielo con el balón en los pies, pero sobre todo la partida de un alma que permitía seguir creyendo que hay lugar para la nobleza, la honradez y la bondad en el fútbol€ y en la vida.

Ahora cobrará más sentido que nunca el verso de Ambkor: "Desde crío miro al cielo cuando llueve". En esas gotas estarán Quini, Manolo, Anselmo, Alejo€ todas esas estrellas que vivieron y vivirán siempre en nuestros corazones sportinguistas al rojiblanco vivo.