El Molinón ya era lugar de culto futbolero. Pero, tal y como advirtió Fernando Fueyo en el funeral, "El Templo" se ha hecho Catedral con la muerte de Quini. Tampoco es plan de robarle el nombre al feudo del Athletic, pero la realidad dictamina que en la puerta 9 del estadio del Sporting, donde se alzó un improvisado altar al mayor mito del fútbol regional, se ha instalado un centro neurálgico de peregrinaje futbolero.

Las ofrendas a El Brujo -u ofrendas al gol, que viene a ser lo mismo- no cesan. En forma de camisetas, bufandas, carteles, fotografías o la lámina que ayer mismo se repartió con este periódico. Y cada vez vienen de más lugares. Con evidente predominio del rojiblanco del Sporting, casi desde su comienzo los colores del Oviedo estuvieron presentes en este homenaje del pueblo a quien hizo del gol una religión: en el fútbol y en la vida. Porque Quini no se cansó de golear, dentro y fuera del campo, siempre con tremenda humildad y sencillez. Hacía fácil lo que parece difícil: perforar los corazones de quienes le conocían de la misma forma que perforaba las mallas de las porterías.

El altar al gol de la puerta 9 de El Molinón cada vez ocupa más espacio. Ya hay una bandera de la federación de peñas del Betis o una bufanda del Berrón Club de Fútbol y otra de un club de fútbol sala. Y hoy domingo, cuando la zona de La Guía se llena de gente que acude a El Rastro o a dar un paseo a la vera del Piles, centenares de personas se han acercado a la nueva meca del sportinguismo, y del fútbol nacional. Porque, sin ir más lejos, aficionados del Barakaldo, que ayer jugó en Mareo contra el Sporting B, quisieron rendir tributo a El Brujo, dejando una bufanda, una camiseta del equipo vasco y un mensaje: "Eternamente Brujo. Nunca caminarás solo".

Allí, en el mismo altar en el que el día del funeral un joven que no vio jugar a Quini doblaba y depositaba con cuidado una vieja casaca del Sporting que había heredado del mismo abuelo que le contaba las hazañas de El Brujo sobre el campo, se ha establecido una suerte de peregrinaje de la religión del gol. Hoy poco menos que había que abrirse hueco para contemplarlo y fotografiarlo.

La cantidad de ofrendas es tal que habrá que pensar en qué hacer con ellas una vez haya que retirarlas de la puerta 9 de El Molinón. O quizás ese acceso debería quedar para siempre en honor al mito que ha sacudido estos días de norte a sur y de este a oeste todo un país. Pero lo que es innegable es que Enrique Castro González ha marcado un gol para la eternidad: dejar su grandiosa impronta para siempre.