El Sporting se conforma con terminar cuarto. No quiso aplicar la lógica de acudir a la promoción desde un escalón más alto. Los rojiblancos desconectaron en su visita al Nuevo Arcángel y cayeron arrollados por un Córdoba espoleado por su necesidad de ganar para salvar la categoría y que sepultó a los de Baraja. A todos, menos a Mariño. El vigués evitó una goleada mucho más amplia ante la impotencia de un equipo que flaqueó alarmante en defensa. Precisamente en la línea en la que el Pipo no hizo ningún cambio. Precisamente donde perdió a un pilar, Álex Pérez, que vio la quinta amarilla. El Valladolid, finalmente quinto, espera el jueves en Zorrilla en el primer asalto de los cuatro que separan a los gijoneses de Primera.

Un despiste puede sacarte los colores en Segunda. Tener la mente en otro lado ante un rival que se juega la vida te deja irremediablemente en evidencia. El Sporting que pasó por Córdoba no fue el Sporting, fue un equipo que estaba pensando en la promoción. No en sumar un punto que le asegurara los privilegios que otorga la tercera plaza. La cabeza estaba en lo que supone ese camino. O lo pareció. La preferencia puede ser entendible. Al fin y al cabo, el cruce con el Valladolid también podía haber llegado siendo tercero. El problema es que al final se necesite que el último partido, el que decidirá quién sube a Primera, tenga a El Molinón como escenario. El Zaragoza, por el momento, tiene preferencia.

El Nuevo Arcángel se vistió de gala para un partido de puerta grande o enfermería, como dice el entrenador local, José Ramón Sandoval. El técnico, villano en Gijón, es un héroe para el cordobesismo, que le aclamó antes de que echara a rodar el balón. Los jugadores saltaron al campo en medio de una gran pancarta en uno de los fondos en la que se leyó "orgullo de una ciudad" mientras la grada cantaba el himno del club a capela. Atmósfera imponente para un Sporting que dosificó el once titular. Baraja reservó además de a Sergio, que ni siquiera viajó, a Jony y a Rubén García. Isma López, en el carril zurdo; Pablo Pérez, en la mediapunta y Álex López, en la medular, saltaron de inicio para librar el trámite. Álex Pérez, apercibido de sanción, se mantuvo sin embargo como titular. Se pagó caro.

La importancia del encuentro para uno y otro se notó pronto. Ocho minutos. Fue el tiempo que tardó el Córdoba en plantarse ante la portería de Mariño. Concretamente fue Sergi Guardiola, que aprovechó un balón largo en el que le ganó la espalda a Barba. El meta gallego, sin embargo, se convirtió en gigante para salir victorioso en el mano a mano. Un minuto después, Aguza, excesivamente cómodo, probó la misma jugada picando el balón sobre la zaga rojiblanca. La defensa volvió a hacer aguas y Sergi Guardiola ya no perdonó.

El Córdoba se encontró con el inicio perfecto. El gol tempranero sirvió para que los andaluces templaran los nervios y aumentara la pasión en un campo que acariciaba una permanencia en Segunda División imposible hace tan sólo tres meses. Mariño volvió a emerger entre la euforia local para postergar el segundo gol. El vigués se lució para detener, en dos tiempos, un rápido contragolpe llevado por Javi Galán por la izquierda que encontró, en la otra banda, el remate de Fernández. No se había llegado al cuarto de hora y el fútbol de los rojiblancos reflejaba el agobio. Ni balón, ni presencia en área rival. Conseguirían quitarse la sensación de estar en medio de una fiesta a la que nadie les había invitado. Pero sólo un rato.

El Sporting de la primera parte se quedó en su primera y única gran ocasión. Una acción tan bien elaborada como fatalmente rematada. Carmona abrió a la banda derecha, Pablo Pérez centró atrás, en busca de Santos, y el uruguayo la dejó pasar para que Isma López fusilara a Kieszek. El proyectil del navarro se fue a las nubes. La escopeta, la pierna derecha, no era la suya. El miedo apenas caló en el Arcángel.

Álex Pérez fue el siguiente en evidenciar que la cabeza del Sporting no estaba en lo que se jugaba. El madrileño cometió una inocente mano que le costó la amarilla. La quinta. Deberá cumplir sanción en el primer partido de la promoción. Y esa misma falta la aprovechó el Córdoba para aumentar la renta. Reyes envió al segundo palo para que la peinara Aythami, que le ganó el salto a Canella. Quintanilla, por delante de un Álex Pérez que todavía se lamentaba de su amonestación, la mandó para adentro. El tanto, en fuera de juego, no debió subir al marcador, pero evidenció la imagen de un Sporting desconectado.

El paso por vestuarios apenas cambió la puesta en escena. Y eso que los gijoneses sabían que ya eran cuartos, después de que el Zaragoza tomara ventaja en su visita al Barcelona B. Algo cambió con la entrada de Jony por Canella. El cangués hizo dar un paso atrás a los andaluces y aportó algo de chispa a un ataque cortocircuitado. No alcanzó para que los de Sandoval perdieran el control. Más bien dio la impresión de un amago de tregua. Y es que el estadio ya empezaba a celebrar la permanencia. El Pipo apostó por probar con dos delanteros, con Castro en el verde en lugar de Carmona. La consecuencia fue otro paradón de Mariño, a cabezazo de Fernández. Con la ayuda del larguero evitó el tercero. Santos dejó entonces su sitio a Rubén García para reequilibrar todo. No parecía que fuera cosa de nombres. El Sporting empezaba a asumir que no había remedio.

Entre atronadoras ovaciones a los sustituidos, como la dedicada a José Antonio Reyes; el público haciendo la ola, y saludos entre el fondo norte y sur, el orgullo rojiblanco aparecía en futbolistas como Bergantiños, el que más intentó disparar a portería durante la segunda parte. El gallego se unía a Jony y a un activo Álex López para tratar de morir matando. Los locales cedieron, poco a poco, la posesión, conscientes de haber hecho los deberes y con la seguridad de que su portero, Kieszek, apenas había tenido que estirarse en todo el encuentro.

Entretanto, Rubén García ejercía de abrelatas, pero el Sporting seguía sin encontrar por dónde colarse. La falta de convicción tampoco ayudaba. El Córdoba metió otro arreón y en un balón largo volvió a pillar a uvas a la defensa de Baraja. Aguado le ganó el salto a Lora en el centro del campo para completar la carrera de su vida. Hizo el tercero y Córdoba enloqueció con él. La locura del Sporting se retrasa a Valladolid.