Cuando se llega serenamente a la conclusión de que no hay talento suficiente para hacer correr el balón con soltura, queda la opción de fortificarse, fiarla a correr o buscar la suerte del balón parado. El Sporting ha optado por la solución de emergencia: el fútbol directo, la emboscada y los córneres.

La victoria de ayer, la que permite a los rojiblancos perseverar en la escalada, se fraguó desde la esquina, con un lanzamiento que bota Traver desde la derecha y que Djurdjevic cabecea. El cuero llega a Alegría, que dispara; en el barullo de piernas tras el rechace el balón suelto queda en la yugular del área, donde el ariete serbio, más avispado que el resto, lo caza y lo deposita la red. Puede que ayudándose de la mano, pero ningún contrario lo vio puesto que nadie protestó. Si así ocurrió, lo que no queda claro ni en la repetición televisiva, sólo el VAR lo podría haber dictaminado. Como no hay videoarbitraje en Segunda, el tanto valen tres puntos que pesan oro en las aspiraciones rojiblancas.

El Sporting ha conseguido en las últimas jornadas blindarse en defensa. Todos los que saltan al césped acometen con disciplina marcial las tareas de contención encomendadas: desde los arietes a Mariño, todos corren como posesos. Especialmente los extremos, que sacrifican la energía destinada al talento al trabajo de taponar su banda y ayudar al lateral. Aitor García y Traver cumplieron esa misión hasta extenuarse. Muy correctos los laterales en esa misma tarea (Molinero se asienta cada jornada de tal forma que va a ser complicado que le quiten el sitio en una posición que no es la suya pero que se ha ganado a pulso) y expeditivos los centrales.

Quien ha sido durante un tramo largo de la temporada muy crítico con las prestaciones técnicas de Cofie, que podía recuperar diez balones por partido y simultáneamente maltrataba veinte; quien se ha manifestado alegremente y con frecuencia por la presencia en el once de Cristian Salvador, ha de reconocer que en este tramo crucial de la temporada el africano se ha convertido en un baluarte defensivo incuestionable. Trabajo en el que también destacó ayer Nacho Méndez, que se ve obligado a cambiar el tiralíneas y el metrónomo por la hoz y el martillo estajanovista.

El Tenerife tuvo mucha posesión, sobó más el balón pero apenas supuso para Mariño un peligro inminente, salvo en el minuto seis, cuando el gallego tuvo que estirarse hasta la escuadra para desviar un disparo envenenado de Borja Lasso.

Cuando en el 36 los gijoneses se adelantaron en el marcador, tras la ya relatada pillería de Djuerdjevic, el "delantero vecera" que sufre y goza épocas consecutivas de esplendor y de sequía (ahora toca, parece, la racha buena), ya era evidente que el esfuerzo consistiría en reforzar la muralla, que sufría acoso pero apenas alguna perdigonada.

En la segunda mitad, cuando el Tenerife se partió por los cambios y por la búsqueda desordenada del empate, el Sporting tuvo ocasiones suficientes para sentenciar y despachar el desplazamiento a las islas sin los agobios que tuvo que soportar en los últimos minutos del partido. La tuvo Traver, que disparó a las nubes tras un magnífico sombrero a su par; la tuvo Ivi, que debería enchufarse y sumarse a la juerga que se avecina... pero este equipo es así: gusta de manejarse por el filo de la navaja.