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Los orígenes de Gragera, su abuelo jugó en uno de los primeros filiales del Sporting

“Heredó su tranquilidad para jugar al balón”, dicen del nieto de "Sangrona", exfutbolista del Olimpia

Gragera, a la derecha, bromea junto a Pedro Díaz ayer, en Mareo.

No llegó a conocerle, falleció antes de que él naciera, pero a José Amado le hubiera hecho especial ilusión ver que su nieto heredó algo más que su nombre. José Gragera Amado (Gijón, 14-5-2000) ha seguido una vida paralela a la de su abuelo, jugador del Olimpia, uno de los primeros filiales del Sporting, y apodado “Sangrona” por la pausa con la que se manejaba con la pelota. El ahora centrocampista del Sporting logró vencer la última barrera, iniciando su consolidación en un primer equipo en el que encadena nueve titularidades justo en la semana en la que se cumple un año de su debut como titular. “Desde hace tiempo se veía que ahí había futbolista. Lo bueno es que tiene aún mucho margen de mejora”, dicen los técnicos de Mareo.

“Su nombre es un homenaje a su abuelo pero dicen que también ha heredado su tranquilidad para jugar al balón”, comentan desde la familia de Gragera, satisfechos con su evolución deportiva y cautos respecto a las peligrosas curvas de un fútbol propenso a crear y destrozar ídolos con demasiada velocidad. En casa del futbolista rojiblanco se ha recuperado la sonrisa tras meses duros. El fallecimiento de Luis, padre de Gragera, significó una doble pérdida: la del cabeza de familia y la del aliado más fiel del futbolista del Sporting. No se perdía ni entrenamientos ni partidos desde benjamines. Tomás, su tío, exjugador del Estudiantes, es su otro confidente futbolero. El vacío sigue siendo enorme.

A José Gragera le ha tocado madurar más rápido, aunque a este producto de la quinta del Colegio La Asunción ya se le veía “más maduro que el resto de niños de su edad” desde pequeño. El fútbol le ha servido de terapia, como demostró el mismo día que perdió a su padre, en el que entrenó en Mareo y fue citado para medirse, horas más tarde, a Las Palmas. Eso y Pedro Díaz. Si ya eran amigos, ese episodio le ha convertido en su sombra. No sólo él, toda la familia de Pedro se volcó con la de Gragera. En las dos casas eso no se olvida.

Y eso que la amistad entre los dos futbolistas del Sporting surgió en las aulas del Campus del Cristo, en Oviedo, donde los dos empezaron a estudiar ADE (Administración y Dirección de Empresas). Antes, se habían mirado de reojo en Mareo -Pedro es dos años mayor-. Gragera eligió esa carrera casi por descarte. Dentro de las que le gustaban, era de las pocas que ofrecía cierto margen para compatibilizar clases presenciales con el fútbol. Las primeras de su lista eran Medicina y Fisioterapia. Buen estudiante desde la niñez y con facilidad para los números, ha empezado segundo, a menor ritmo del que le gustaría. Las concentraciones y los viajes con el Sporting le han impedido acudir a exámenes. La suya es jornada diferente a la de otros compañeros. Después de entrenarse en Mareo, toca clase telemática desde casa.

Renovado el pasado verano hasta 2024, con una cláusula de rescisión de 10 millones en Segunda y 40 en Primera, el gijonés se mudó hace un año junto a su madre al centro de Gijón, pero en su habitación hay dos imágenes intocables: una chutando al balón siendo un crío sacada de un póster que le regalaron a su padre y la foto del triunfo en el Campeonato de España benjamín con el Sporting, compartiendo protagonismo con otro compañero de la plantilla, Gaspar.

Tanto Gaspi, como Pablo García y Guille Rosas forman parte de una pandilla que el centrocampista rojiblanco mantiene desde la niñez y disfruta ahora especialmente de su gran momento en el primer equipo. En esa habitación hay más trofeos, también de su etapa como jugador de La Asunción, y una tarea pendiente. La camiseta de su debut, momento que dedicó a su padre Luis, espera enmarcada la elección del sitio que se merece.

Todo ha pasado muy rápido en los últimos meses, pero pocas cosas han cambiado en José Gragera. Le encanta la cocina italiana, especialmente la pasta, y el cine y la literatura le ha invitado a explorar nuevos gustos en tiempos de pandemia. Tiene un viaje pendiente con su madre para “compatibilizar ocio y cultura” y es habitual verle aficionarse a una serie de televisión cuando busca desconectar del fútbol.

“Piensa con mucha velocidad, elige rápido y se perfila bien. Eso para un centrocampista es fundamental”, apuntan desde Mareo sobre la forma de aplicar en el fútbol su marcada personalidad. “Parece tranquilo, pero tiene gen competitivo, genio. Su equilibrio entre capacidad técnica y física es impresionante”, añaden los técnicos sobre el nieto de “Sangrona”, aquel jugador de Olimpia al que tanto se parece Gragera.

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