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La lesión que le llevó a Bango de portero a jugador de Primera

“No era mal meta en la Inmaculada, pero me abrí un dedo y cambié mi posición; si no, quizá no me hubiera ido tan bien”, dice Bango, que jugó en el Oviedo, Sevilla y Sporting

Bango, con una camiseta del Sporting, en el campo del colegio de la Inmaculada. | | JUAN PLAZA

La historia de Ricardo Bango está llena de peculiaridades. Gijonés, del barrio de El Natahoyo, creció un ambiente familiar muy futbolero, con el cariño al Sporting, pero sin odio en casa al Oviedo. “No lo digo ahora porque haya jugado en los dos equipos, pero es así, en mi casa eran del Sporting, y si había un derbi se iba con él, pero teníamos simpatía por el Oviedo también, si ganaba, nos alegrábamos”, explica. Su vida futbolística comenzó en el Colegio de la Inmaculada, club con el que llegó a triunfar en juveniles, ganando a los dos equipos asturianos, el Madrid o el Atlético. “Teníamos un gran equipo, de mucho nivel”, confiesa. Pero ahí se apasionó por el fútbol desde la portería. Hasta que una lesión le hizo volver como jugador. “No era mal guardameta en La Inmaculada, se me daba bien, pero me abrí un dedo y cuando volví cambié mi posición y para ser jugador. Sin ese momento quizás no me hubiera ido tan bien”, descubre Bango.

En su último año de juveniles le apareció entonces la oportunidad de dar un paso más. “Se interesaron por mí el Sporting y el Oviedo, pero me decanté por la opción de ir a Oviedo porque me ofrecían jugar en el filial en vez del juvenil. Fue una decisión acertada, porque ese curso ya debutó con el primer equipo en Copa del Rey”, rememora Bango. Después de seis años, y un ascenso a Primera, se fue en 1992 a Sevilla, donde coincidió con Maradona, y allí permaneció tres años, hasta que el descenso administrativo del conjunto azul le presentó una oportunidad especial: fichar por el Sporting.

“Si no se produce esa circunstancia, no hubiera podido venir, porque el Sporting no habría podido hacer ese esfuerzo económico por mí”, destaca Bango, que también añade que la única opción para salir de Sevilla era regresar a su casa: “En el Sevilla me quedaba un año de contrato, era joven y estaba jugando. Ir al Sporting era la única opción de moverme, si es otro club allí hubiera seguido”.

En el verano de 1995 cumplió por fin uno de los momentos que alguna vez se había planteado de niño: jugar en el Sporting. “Lo que más recuerdo es esa sensación única del primer entrenamiento en Mareo”, explica. Debutó con Rezza y estuvo tres años, aunque la última temporada fue para olvidar, con el traumático descenso a Segunda con solo 13 puntos. “Lo pasé muy mal. Y no solo por el tema deportivo, sino también por el extradeportivo. El vestuario decidió, por votación, no hablar con la prensa. No fue algo acertado, porque a partir de ahí se originó más crítica y tensión. Y a la afición seguro que tampoco el gustó”, resalta.

Esa temporada además vivió la cara amarga del fútbol. “Muchos meses antes de acabar la Liga, faltarían aún 50 puntos, decidieron hacer un equipo para Segunda. La dirección deportiva nos apartó a ocho veteranos”, indica antes de destacar las consecuencias: “Se sacaron muchos chavales en una situación extrema y difícil, que acabaron frustrados”.

En ese tiempo se juntó además que Bango tenía una cláusula de renovación por partidos. “Le dije al presidente, Ángel García Flórez, que la quitaba, que lo que quería era jugar, pero la dirección deportiva insistió en que no”, subraya. Llegó entonces el verano de 1998, se quedó sin equipo, y habló con su amigo Berto del Oviedo para ver si tenía opción de entrenar junto a ellos. “Me dijeron que sí, y enseguida me ofrecieron jugar allí”.

Bango volvió entonces al Oviedo, previo paso a retirarse en México en el Zelaya y Córdoba. En el primero de ellos jugó con Manjarín. Y en 2005, con 36 años, se retiró y volvió a Asturias. Empezó a editar un periódico deportivo de Tercera y fútbol base, antes de iniciar su etapa empresarial –en la que sigue– en un centro de formación laboral comunitaria

También hizo sus pinitos en los banquillo, en el Lealtad, Tuilla y Avilés. En ese último lugar compaginó el entrenar con la parte comercial de la gestión del club, algo que le desenganchó, aunque no descarta volver a entrenar.

Ahora, como aficionado al fútbol, valora positivamente el momento actual del Sporting: “Me encanta que haya gente de casa en el primer equipo, pero con equilibrio, para no quemarlos como épocas pasadas. Hay que cuidarles, los chavales tienen que tener una evolución y trayectoria”, concluye.

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