La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

A Isma Piñera la rodilla le falló en su mejor momento

“Viví un calvario, pasé cuatro veces por el quirófano”, destaca el central del Sporting, que tuvo que retirarse con 29 años

Isma Piñera, en Mareo, con la camiseta con la que jugó en el Sporting.

Isma Piñera recuerda cuando tenía nueve años y un día sus amigos del Colegio La Inmaculada le llamaron para jugar porque necesitaban un portero. Ya destacaba por aquel entonces por su altura, pero lo suyo no era estar debajo de los palos. Perdieron 5-1 y 10-5. “Mis amigos me decían que me tirase, pero yo contestaba que si lo hacía me rompería el chándal y me reñirían”, recuerda con una sonrisa. “Les dije que para seguir jugando tendría que hacerlo fuera de la portería. Jugaba con gente mayor que yo, pero Víctor Holguera me fichó, y jugué en alevines e infantiles, hasta que en el segundo año de cadetes me fichó el Sporting”, rememora.

Fue “El Negro” quién también le pescó, aunque tardó en hacerlo, porque ya le había echó el ojo cuatro años antes. Llegó entonces en cadetes, y ahí coincidió con una gran generación. “Estaban Sergio Fernández, Sergio Sánchez, Otero, Cobas, Juan Díaz y Ángulo”, apunta. Su proceso de crecimiento en Mareo le llevó a estar ya con el juvenil A en su primer año, de la mano de Acebal, y a vivir una experiencia única. “Solo duró un año, aquel Sporting sub-19, pero nos fue genial, era como una primera de juveniles, en la que nos tocó jugar contra Barcelona, Sevilla, Athletic o Valencia”, relata.

Tuvo aún que hacer un intermedio para irse cedido al Candás, cuando había dado el salto al filial. Regresó y en 1997 le llegó la oportunidad de debutar con el primer equipo, ante el Mérida a domicilio con Maceda. “Me dijo que estuviera tranquillo y que lo iba a hacer bien, era un partido de 0-0, hasta que en una jugada aislada apareció Sabas para hacernos el gol casi al final”, lamenta. Ese fatídico curso 1997-1998, en el que jugó tres partidos, la sensación única de debutar con el Sporting se entremezcló con momentos duros. “Mis padres siempre fueron a El Molinón e iba con ellos desde niño, y era con lo que soñaba siempre, de llegar a jugar ahí algún día”, relata antes de añadir lo que le tocó vivir ese día: “Me estrené en El Molinón en aquel partido extraño ante el Zaragoza, me expulsaron, y todo el estadio se puso de espaldas al equipo. Fue un año frustrante, pero aquel día fue un trago muy difícil de digerir”.

La ausencia de Nikiforov, citado con Rusia, le hizo tener su oportunidad. Los tres cursos siguientes, ya con el equipo en Segunda, vio cómo iba aumentando su participando y consolidando. Hasta que al final de la campaña 2001-2002 una lesión le cambió la vida. “Ante el Levante, en la última oportunidad de meternos arriba, fui a pelear un balón con Kaiku al cruce, me tocó un poco, y los tacos se me quedaron enganchados en el césped. Noté un chasquido, que me caí al suelo como si fuera un saco, no era consciente de lo que tenía”, explica. Pero la jugada aún continuó. “No tiraron el balón fuera y marcaron, eso me dolió aún más”, lamenta.

Ya en el vestuario le dijeron que había roto el cruzado y que se tenía que operar. “Pero la intervención no salió todo lo bien que debería, lo intenté mañana, tarde y noche, pero con la rehabilitación la rodilla no avanzaba. Fue un calvario, pasé hasta cuatro veces por el quirófano, la última en Barcelona con el doctor Cugat, al que no tengo más que palabras de agradecimiento”, explica. Y llegó entonces por fin su vuelta a los terrenos de juego. “Volví a jugar en la campaña 2004-20005, después de más de dos años, pero cada entrenamiento era un dolor, se hacía muy duro, no mitigaba el dolor”, cuenta. Ese verano se fue al Racing de Ferrol, pero ahí la exigencia tampoco le dio tregua, y fue cuando los médicos le plantearon ponerse una prótesis, con solo 29 años, y fue el momento en el que tomó la decisión de retirarse. “Fue muy duro, pero pensé en el día de mañana”.

Entonces Isma empezó pronto a formarse, curso la carrera de empresariales y un máster en auditoría, una rama en la que trabajó de 2006 a 2015, y que compatibilizó con su carrera como entrenador. Estuvo en el La Inmaculada, ayudó a Luis Arturo en el Astur, y estuvo con Eloy Olaya en la Selección Asturiana sub-16 y sub-18. Llegó a Mareo en 2012, como ayudante en los alevines, y pasó por los infantiles, el juvenil (donde llegó a una final de la Copa de Campeones) y el filial en dos etapas, hasta que en la última los resultados no fueron los esperados y fue destituido. En ese tiempo ya compaginaba su labor en el banquillo con la secretaría técnica, en la que sigue aún en Mareo.

En su paso por la cantera rojiblanco le tocó entrenar a la “quinta del cole”, de la que se alegra que haya llegado al primer equipo. “Ver crecer a gente en la cantera como yo y que llegan al primer equipo es un orgullo. Que sigan ahí será una buena señal”, destaca. “Lo importante es la ambición, que no se conformen, que quieran jugar y meter al equipo arriba, para seguir creciendo”, subraya.

Compartir el artículo

stats