La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Último adiós al atleta Rufino Carpena: Una vida en la pista

Familiares y amigos despiden al atleta y entrenador grupista recordando sus anécdotas: “Vivió y murió por el atletismo”

En la primera fila, y por la izquierda, Ángeles Carpena Martínez (hija), María de los Ángeles Martínez (viuda) y Elvira Carpena Martínez observan el féretro de Rufino Carpena durante el funeral en el tanatorio de Cabueñes. | M. León

“Vivió y murió por el atletismo”. Así recordaban ayer sus familiares y amigos, en la capilla del tanatorio de Cabueñes, a Rufino Carpena Ramos, atleta y entrenador grupista, que falleció en Gijón el pasado miércoles a los 92 años de edad, tras una vida dedicada al deporte. “Era un gran deportista, pero aún mejor persona”, rememoraba ayer Agustín Antuña, amigo personal de Carpena, expresidente del Patronato Deportivo Municipal y exvicepresidente del Grupo Covadonga, institución para la que fichó a Carpena como técnico. “Era un santo, muy humilde”, le glosaba el que fuera presidente grupista Janel Cuesta. Nadie quiso faltar en su último adiós.

Rufino Carpena, en algunas de sus competiciones como atleta. | LNE J. M. REQUENA

Veteranos grupistas como el expresidente Enrique Tamargo y atletas a los que Carpena entrenó, como el olímpico José Arconada, se dieron cita en el tanatorio gijonés para arropar a la viuda de Carpena, María de los Ángeles, y a sus hijas, Elvira y Ángeles. “Era muy buena persona”, alababa esta última de su padre, al que recuerda como “una persona muy sencilla y que nos quería mucho”. También “muy humilde, sin ningún afán de protagonismo”. Prueba de ello es que muchos de los atletas que pasaron por sus manos durante sus décadas como entrenador de atletismo del Grupo reconocen que “no nos enteramos de sus éxitos deportivos hasta muchos años después”.

Y no porque su palmarés fuera corto. Carpena, que comenzó a correr en la mili, llegó a disputar 16 competiciones internacionales. Llegó a subirse al podio en los campeonatos de España absolutos de pista al aire libre en la modalidad de 3.000 obstáculos, donde fue subcampeón en 1956 y 1961 y quedó tercero en 1958 y 1962. También fue subcampeón de España de 1.500 metros lisos en 1959, siendo el primer atleta asturiano en bajar de cuatro minutos. “Se casó de sábado y ganó una carrera de domingo”, recuerdan, “cuando él competía, la gente ya se preguntaba quién iba a quedar segundo, porque daban por hecho que iba a ganar ‘Rufo’”, como le conocían sus amigos.

“Era un fiera, el número uno”, resume Janel Cuesta, “siempre tuvo muy buenas facultades para el deporte”. Nacido en el barrio de Cimadevilla, Carpena comenzó aficionándose a la natación, pero finalmente optó por la tierra firme, centrándose en el atletismo. “Si hubiera nacido en Madrid, hubiera sido otra cosa, más famoso, le hubieran reconocido más”, explicaban ayer sus allegados en su despedida. Pese a todo, logró multitud de reconocimientos, como el galardón al mejor deportista gijonés en los años 50 o el premio al grupista ejemplar que le concedió el Grupo Covadonga.

Los galardones, sin embargo, no tienen parangón con su mayor legado: el buen recuerdo que deja en todos los que le conocieron. Sobre todo, entre aquellos a quienes entrenó. “Nos aficionaba al atletismo porque cuando entrenábamos con él lo pasábamos muy bien”, recuerda Arconada. De aquellas épocas como entrenador surgieron millares de anécdotas que ayer corrían como la pólvora por el tanatorio. Como cuando, tras ir corriendo a Somió o el entorno de la Universidad Laboral, tanto él como sus pupilos bajaban trotando “con las manos cargadas de manzanas que habíamos cogido”. Las frutas, escondidas entre el chándal, no les hacían bajar el ritmo.

Muestra de su generosidad es otra de las imágenes más recordadas de Carpena. “Siempre que llegaba a los cross iba con una bolsa enorme de zapatillas para todos los que no tenían”, explican quienes más lo conocieron. “Si no te valían, te metía papel de periódico para forrarlas”, recuerdan.

Lo que más le gustaba a Carpena, por encima incluso de competir él, era formar a jóvenes atletas. “Iba por los colegios de Gijón y ‘robaba’ a los guajes para llevarlos al Grupo”, rememoraban ayer entre risas sus allegados. Tanto era su afán por entrenar que, cuando Agustín Antuña le llamó para ficharle como entrenador para el Grupo, “le pregunté cuánto quería cobrar y me dijo: ‘¡Parece mentira que me preguntes eso!, lo que tú quieras pagarme’”, recuerda el propio Antuña. Una trayectoria como entrenador que alargó hasta cumplir los 79 años –cuando tuvo que dejarlo a causa de un ictus que sufrió– y que dejó un recuerdo imborrable en todos los que lo conocieron.

Compartir el artículo

stats