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Boza vence a su rodilla y vuelve a disfrutar del fútbol

El canterano, tras ocho meses de recuperación, estará hoy a las órdenes de Sergio Sánchez: “Sueño con llegar al primer equipo”

Diego Boza posa sonriente en Mareo, enseñando las marcas de la operación en su rodilla izquierda. | Juan Plaza

El pasado 20 de diciembre, en un partido del División de Honor contra el Avilés, Diego Boza Fernández (Gijón, 2002) sintió un chasquido, “como cuando crujes los dedos”, y un dolor en el gemelo de su pierna izquierda. Al salir del campo, en su fuero interno, ya sabía lo que había ocurrido. “Le dije a Emi –Nosti, segundo entrenador–: ‘siete meses’. Tenía la sensación de que era algo gordo, nunca había sentido nada así”. Solo se equivocó en un mes. Ahora, ocho meses más tarde de haberse roto el ligamento cruzado anterior de su pierna izquierda, el canterano rojiblanco vuelve a sonreír. Tiene el alta competitiva, y hoy podrá estar disponible para Sergio Sánchez en el debut del Sporting B en la nueva Tercera RFEF.

“Fueron ocho meses duros, porque es mucho tiempo de recuperación, pero se me pasaron rápido porque no me surgió ningún contratiempo”, asegura Boza con una entereza impropia de su edad, “fue la primera lesión de mi carrera deportiva”. Quienes más cerca estuvieron de él en ese periodo inciden precisamente en eso: “Lo llevó muy bien”. Desde el primer momento. Los peores augurios, sus sensaciones, se confirmaron el día 5 de enero. “Me dieron el resultado de la resonancia por la noche, no fue el mejor regalo de Reyes de mi vida”, bromea ahora el atacante del filial. “Yo ya lo había asimilado, pero mis padres y mi hermano se llevaron un gran disgusto, al final el que menos triste estaba era yo”, recuerda. Un velo gris que rápidamente desapareció. “Desde el primer momento me animaron para volver cuanto antes”, enfatiza.

David y Susana, sus padres, fueron su gran apoyo. También Pablo, su hermano pequeño, de apenas 13 años. “Lo pasó mal, estaba más triste que yo”, reflexiona ahora Boza. “Me apoyó muchísimo, jugó conmigo a la PlayStation más de lo habitual”, sonríe. El FIFA, el Fornite y el Call of Duty fueron sus compañeros ese tiempo. Pero no los únicos.

“Mis compañeros, que me animaban, me lo hicieron más ameno”, explica Boza, “cuando me veían me daban ánimos, me preguntaban qué tal y me hacían más amena la recuperación”. También el cuerpo médico del club, empezando por el doctor Antonio Maestro “que me operó de la mejor manera posible” y los fisioterapeutas Sergio Guerrero y Pedro Díaz. “Son con los que más tiempo estuve, los que me animaban y me hacían las bromas”, remarca. “Tuve momentos de bajón, aunque pocos, sobre todo al principio, cuando intentaba doblar la rodilla y me dolía, y ahí estuvieron siempre conmigo, me animaban, me hablaban de otras cosas de la vida, no del fútbol, porque me quedaba medio año por delante y no querían que estuviera pensando todo el rato en eso”, alaba. Las listas de éxitos musicales del país, hicieron el resto.

Hubo más apoyos. Algunos, especiales. Como los jugadores del primer equipo con los que Boza se cruzaba en el gimnasio, durante su recuperación. “Gaspar, Pablo García, Jose Gragera o Guille Rosas, que son los más cercanos en cuestión de edad, me animaban, me preguntaban cómo estaba, cuándo iba a volver a jugar…”, agradece Boza, que mantuvo siempre un solo objetivo: “volver a disfrutar del fútbol después de muchos meses parado en los que te falta lo que hacías todos los días”.

Para ello, no se puso metas a corto plazo. “Quería recuperarme bien, no tenía prisa, siempre pensé que cada semana que pasaba estaba un poco más cerca de volver”, rememora ahora. Entre medias, pequeños grandes hitos, como volver a correr tras meses de trabajo en el gimnasio. “Fue una liberación, era como soltar a una vaquilla de una cuadra”, ejemplifica. O empezar a tocar balón junto a sus compañeros.

Ahora es ya uno más de un grupo que debuta hoy, contra el Covadonga. “El objetivo del equipo lo tenemos muy claro todos: el ascenso”, enfatiza. Habla como un peso pesado del vestuario, aun sin serlo. Antes de lesionarse, en edad juvenil, ya debutó con el filial, pero apenas jugó dos partidos, frente a Numancia y Covadonga. “Fue un año extraño porque subimos muchos juveniles al filial. Luego llegó la lesión y cambió un poco todo, pero la alegría de debutar fue inmensa”, incide.

Sobre todo, en su casa. “Mi casa siempre fue futbolera, no conozco a nadie más del Sporting que mi padre”, enfatiza. Con él comenzó a ir a El Molinón, a respirar fútbol y a imaginarse futbolista. “Por eso empecé el camino”, subraya. Primero, en Mareo, en categoría profútbol, pero tuvo que dejar la disciplina rojiblanca para operarse de una hernia en la ingle derecha. De ahí, al Roces, en prebenjamines, “porque me quedaba al lado de casa”. Allí estuvo hasta infantiles y, en cadetes, ya empezó en el Sporting. “Para mi padre fue un sueño que entrara en el Sporting, cuando se lo dijeron, estaba más feliz él que yo”, rememora el canterano. “En categorías inferiores, en otros equipos, ves al Sporting como si fuera el Madrid o el Barça, pero de casa”, explica.

“Yo veía que podía llegar al Sporting, pero nuca lo llegas a pensar del todo”, recuerda. Un sueño que ya cumplió, pero al que sigue otro más grande. “El mayor sueño que tenemos todos cuando entras aquí es llegar al primer equipo”, asegura rotundo, “cada vez que vas subiendo lo ves más cerca, pero también más difícil”. Un reto que sin embargo no asusta a Diego Boza, acostumbrado a superar las dificultades para volver más fuerte.

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