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Fernández nunca se fue

Respondió a la llamada de Álvarez Areces en 1992 con un pequeño paquete accionarial y dos años después logró todo el poder

José Fernández y Manuel Calvo, en agosto de 1994. | D. M.

A José Fernández le salió tan mal su sueño de presidir el Sporting que ni siquiera cumplió el plazo que se había dado a sí mismo de cuatro o cinco años para dejar el cargo. Lo adelantó a septiembre de 1997, cuando ya se barruntaba el mayor desplome de la historia de un equipo de Primera División. Primero cedió el puesto a su vicepresidente, Ángel García Flórez, de forma interina. Y después fue dando paso a otros dirigentes, incluido Germán Ojeda, en tándem con su predecesor y archienemigo Plácido Rodríguez, cuando el clima en Gijón amenazaba tormenta de las gordas. Pero, desde su chalet de Somió o en sus cuarteles de verano de Marbella, la sombra de Fernández lo oscurecía todo.

“No se mueve un papel en Mareo sin que lo sepa Fernández”, decía en aquella época uno de los habituales de la planta noble, dejando claro quien mandaba en el Sporting hasta que, por fin, cedió el testigo a su hijo Javier. A esas alturas, el “Fernández vete ya” era más el desahogo simbólico de una afición harta por todo y con todos que un lema para cambiar las cosas en un club centenario. Porque, incluso cuando los achaques y las calamidades del club aconsejaron su alejamiento, José Fernández siempre estuvo ahí, aunque no se le viese.

Nacido en el barrio de La Calzada el 1 de agosto de 1937, José Fernández creció en aquel Gijón de la posguerra, con muchas carencias y casi el único entretenimiento de la época para la chavalería, el fútbol. Llegó a jugar en el histórico Calzada, del que su padre era secretario y delegado. Pero pronto vio claro que su futuro estaba en los negocios. No tardó en prosperar hasta convertirse en copropietario de Ferpi, una empresa de construcción que disparó sus beneficios en la década de los 80 y los 90 con numerosas obras.

Dicen los que le conocieron que lo que José Fernández buscó con el Sporting fue la notoriedad social en Gijón que no le daban sus negocios, por muy prósperos que fueran. Quizá también, como saldría a la luz gracias a una cámara y un micrófono indiscretos, la posibilidad de lograr contactos empresariales a alta escala en los palcos de los principales estadios del fútbol español. Puede que su paso por el Bernabéu o el Camp Nou ampliase se cartera de negocios, pero llegó un momento en que no podía ni salir a la calle en su ciudad sin exponerse al reproche.

La oportunidad de ser alguien en un símbolo de Gijón, el Sporting, llegó con la conversión de los clubes en sociedades anónimas. Para ello contó con el exceso de confianza del entonces presidente, Plácido Rodríguez, que creyó que meter al equipo en la Copa de la UEFA era un salvoconducto para perpetuarse en el cargo. Cuando el entonces alcalde, Vicente Álvarez Areces, entendió que la continuidad del club corría peligro por el riesgo de no cubrir el capital social, hizo una llamada de socorro a sus empresarios de cabecera. Entre los 16 que respondieron estaba José Fernández, integrado en Asprocon (Asociación de Promotores y Constructores de Edificios Urbanos).

Eloy Calvo quedó para la historia como el primer presidente del Sporting SAD, pero no tardó en ser víctima de los dos “tiburones” más voraces del consejo, José Fernández y Manuel Calvo. Aunque Fernández solo suscribió inicialmente acciones por 6 millones de pesetas, sobre un capital social de 588, dos años le bastaron para cogerle gusto al ordeno y mando. Con Eloy Calvo amortizado, José Fernández no tardó en tomarle la delantera a Manuel Calvo, empresario conservero gallego con una larga relación comercial con el Sporting.

“Fernández se unió a los hosteleros y empezó a mover los codos”, llegó a decir Calvo cuando se vio fuera. José Fernández llegó a la junta del 12 de noviembre de 1994 con el 52,85 por ciento de las acciones, incluidos los 35 millones de pesetas que le había vendido el Ayuntamiento de Gijón. Sus rivales denunciaron una maniobra subterránea, sin luces ni taquígrafos. Álvarez Areces consideró que el Consistorio simplemente había cumplido con el compromiso de ir desprendiéndose de unos títulos adquiridos más por obligación que por devoción.

A partir de entonces, pese a que la situación deportiva y económica del Sporting no dejó de empeorar, José Fernández siguió ampliando su paquete accionarial, en ocasiones convirtiendo deuda en acciones y en otras tejiendo alianzas con personajes públicos tan controvertidos como José María González de Caldas. Con él y otros empresarios andaluces agrupó las acciones en una empresa con un nombre que no tardó en provocar las chanzas de la afición: “Por el futuro y la estabilidad del club”.

El Sporting de los últimos treinta años ha tenido de todo menos estabilidad y su futuro llegó a ser tan negro que su supervivencia corrió serio peligro, hasta el punto de entrar en concurso de acreedores. Cada vez que arreciaba el “Fernández vete ya”, el dueño del Sporting se mostraba públicamente dispuesto a vender, siempre que el candidato fuese asturiano y de probada solvencia. Nunca encontró a la persona adecuada. Y aunque hace muchos años que no se le veía por El Molinón, y apenas por Gijón, en realidad José Fernández nunca se fue del Sporting.

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