Dotor, al rescate: punto de sutura para el Sporting en el Nuevo Arcángel
Un gol del medio en el ocaso del partido evita el tropiezo en Córdoba y despeja un panorama preocupante
Como si fuese el arquitecto de sus sueños, Dotor evitó al Sporting meterse en un problema de aúpa con un gol de raza en el día de su veinticuatro cumpleaños. Con su madre en la grada de El Nuevo Arcángel. El chico que hasta hace unos meses penaba en el Oviedo, seguro que no lo olvidará. El tercer proyecto de Orlegi en Gijón tampoco. Porque cuando aparecía la cabeza de Dotor las piernas comenzaban a temblar. No es el empate –otro- un botín estupendo. Pero pudo ser una noche de pesadilla. Yáñez se encargó después de ahuyentar fantasmas. Acostumbrado a vivir al límite, el equipo rojiblanco sacó un punto en un encuentro donde espabiló al final, cuando sentía el peso de una derrota que le atormentaba en una campaña donde la afición solo pide ahora que acabe cuanto antes.
Fue Gaspar Campos y no Dotor quien reforzó en el Nuevo Arcángel una medular desnuda por las bajas de dos intocables para el cuerpo técnico como son Olaetxea y Nacho Méndez. Regresó el dorsal 7 a un once en el que también estaba Nico Serrano. Irrumpió en la posición de 10, mientras que la izquierda era para el muchacho prestado por el Athletic. Con mucha libertad, Gaspar era prácticamente un escudero de Otero cuando los asturianos atacaban o se disponían a correr. Si no le tocaba apretar: respaldaba en el centro del campo a Nacho Martín y a Gelabert, más atrasado que nunca, en la sala de máquinas. Sobre el papel, Albés salió en Córdoba con un equipo de lo más ofensivo: hasta cuatro atacantes juntos en la foto. Una apuesta tan ambiciosa como arriesgada, necesitada de ajustes. Aunque los gijoneses salieron con la intención de sudar, comprometidos con la situación y organizados, pese a la sacudida en el once. Cuando los Ania tenían la pelota, todos, daba igual los nombres y las posiciones, se esforzaban en correr como gregarios. Serrano, incluso, se situaba como carrilero, y dejaba a Diego Sánchez en labores más defensivas, facilitando una zaga con tres.
El sacrificio no llegó acompañado de brillo. Enseguida se apreciaron los roles: era el Córdoba quien pedía el balón e intentaba con el llegar al entorno de Yáñez. Mientras, los asturianos se afanaban en el atajo convencional: buscar la velocidad a través de las piernas de Otero, titular sin tiempo que perder. Tipo extraordinariamente veloz con espacios, aunque en ocasiones falto de tacto, el colombiano tiró una carrera y dejó noqueada a la zaga franjiverde. Le faltó algo de aire en los pulmones cuando piso área. Definió errático. El aviso despejó más al Córdoba que a los propios asturianos. Los locales monopolizaban la posesión buscando una rendija. Pero el aviso llegó por otro lado: en una jugada a balón parado se quedó sin marca el zaguero Alves. Cuando estaba enfrente del gol, erró su cabezazo. La ocasión metió un enorme susto en el cuerpo al grupo de Albés y dio energía a los de Ania, que perdieron el respeto. Los locales se escoraron a la derecha, siempre desde las botas de Carracedo, muy dinámico. El dominio fue inerte, porque apenas incómodo a la defensa gijonesa.
Salió del paso el Sporting, que se puso a jugar. Ya no solamente incomodaban en transiciones; también hacían daño a través de la zurda de Serrano, un futbolista distinto que siempre deja detalles y que da la sensación que aún tiene más fútbol dentro. Con dos golpeos de su fabuloso pie izquierdo ya asustó al Arcángel. Dubasin, primero, no llegó a conectar un centro que llevaba veneno. Después el chaval del Athletic tiró de recursos: se sacó de la nada un mísil que Martín sacó como pudo. Cuando comenzaba a desinhibirse Serrano y el Sporting, sucedió un accidente: una colisión durísima por los aires entre Diego y Alves. El juego se detuvo unos minutos. El susto fue importante, porque el golpe recordó al que sufrió Curbelo con Panichelli. El parón cortó las alas a los gijoneses. Y de nuevo espabiló al Córdoba, que se entregó en los últimos instantes del primer tiempo. Pero el golpe no llegó en juego, sino de nuevo a balón parado. Cuando ya languidecía la primera mitad, sacó los dientes el club andaluz, superior en ocasiones y en juego. Cayó un balón muerto en el área y nadie del Sporting acertó a sacarse de encima el peligro, faltos de tensión. En cambio hasta dos futbolistas andaluces fueron con ansia a por el balón. La liberación de unos frente al miedo de otros. Cuestiones de cabeza. Albarrán la cazó como el mejor delantero, pegado a Sala. Dubasin cayó al suelo, en medio de los dos futbolistas andaluces. La pelota entró con fuerza. Pero el gol tuvo suspense. El VAR chequeó la posición de Sala, que estaba al límite. Aunque no tocó el balón, sí influyó. Pero el tanto subió. Y a los gijoneses de repente les entró la angustia. Abajo en el marcador. Y a la caseta. Gozaba el Nuevo Arcángel, pletórico.
Albés quitó de golpe a las dos decisiones más importantes: Gaspar salía del campo penalizado por la falta de balón de los suyos y dejaba el espacio a Dotor; Otero también se iba a las duchas por Caicedo. No termina de ser el jugador de antaño el 19, menos ahora, todavía falto de ritmo. De cuclillas, tensionado sobre el verde en el área técnica, el vigués aguardaba a la reacción, consciente de que el tiempo se echaba encima y la derrota aventuraba curvas. Se sintió herido en el orgullo el Sporting; Gelabert se adueñó de la pelota y el equipo acampó ya en campo rival. Pero la falta de lucidez en el área lastimó esa mejoría.
Entre Gelabert y Dubasin labraron una ocasión estupenda que Caicedo no acertó a rematar. Luego Martín le negó a un hiperactivo Dotor la gloria. Sin nada que perder, los gijoneses asumieron riesgos. Quedaba media hora, pero por momentos pareció el tiempo añadido de la final de Champions. Sentían el peso de los abismos los asturianos, que se abrían y concedían espacios con el afán de alcanzar el empate. La pelota volaba de un área a otra. Quemó sus cartuchos el técnico gallego. Metió a Campuzano con Caicedo, tan voluntarioso como desacertado, incapaz de domar el balón. Pero no renunció el Sporting. Equipo asfixiado por los resultados, inestable por momentos, errático en las áreas, víctima de la planificación, pero que nunca pierde la cara a los partidos. Tiró de corazón, donde le flaqueaba la autoestima. Y en una cabalgada del recién incorporado Pablo García apareció la testa de Dotor. Menuda manera de celebrar el cumpleaños. El que fuera medio azul, al rescate del Sporting. Luego emergió Yáñez. Un héroe inesperado y otro habitual para un punto de sutura.
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