30 años y un día, la antepenúltima alegría junto al Sporting: Rafa Gutiérrez y su particular mirada en clave 120 aniversario del club rojiblanco
El pasado glorioso del Sporting estaba fresco y lo peor que nos podía pasar, pensábamos (ilusos), sería una temporada de mitad de tabla para abajo

Por la izquierda, agachados, Avelino, Tino, Dani Bouzas, Pablo y Sabou. De pie, en el mismo orden, Hugo Pérez, Pier, Raúl, Muñiz, Ramón y Lediakhov, en el partido en El Molinón ante el Lleida para la promoción por la permanencia. | LNE

La temporada anterior (1993-94) la había empezado el Sporting invitándonos a soñar como tantas veces. Con García Remón en el banquillo rojiblanco, el por entonces segundo entrenador del gran Barça de Cruyff había dicho que el rival para la liga de ese año iba a ser el Sporting. No tuvo tan buen ojo Charly entonces como lo tuvo para acelerar la contratación de un tal Messi. A una brillante primera vuelta le sucedió una bajada de fuerzas en la segunda que hizo que el equipo no coqueteara del todo con el descenso gracias al botín conseguido hasta el mes de diciembre.
Era un Molinón de media entrada y grada en continuo estado de incertidumbre. El pasado glorioso estaba fresco en la memoria y lo peor que nos podía pasar, pensábamos (ilusos que éramos) que sería una temporada de mitad de tabla para abajo.
La temporada que nos ocupa la volvió a empezar García Remón en el banquillo, pero algo no funcionaba bien desde el principio. Fue sustituido por García Cuervo, casi tocamos la gloria de otra final de Copa, pero nos apeó en semifinales el Dépor, y Ricardo Rezza, con su pasado glorioso como jugador, llegó como figura mítica para enderezar el rumbo de una temporada en la que el equipo obtuvo la posibilidad de jugarse una bala más en la promoción de permanencia en Primera División. Fue en junio de 1995, hace justo 30 años de aquella eliminatoria a doble partido que se inició un jueves en Lleida en un partido que empezó con superioridad rojiblanca gracias a dos goles de cabeza de Sabou y de Pier, pero que se torció sobre la bocina con el empate final del equipo catalán. Por entonces aún existía el valor doble de los goles en campo contrario con lo que la eliminatoria estaba encarrilada, pero el temor rondó durante toda la semana.

Igor Lediakhov, ante la plaza del Marqués. / LNE
Y llegamos al miércoles 28 de junio (hace treinta años y un día cuando escribo estas líneas) y a un partido en el que nos juntamos dicen la crónicas que 42.000 personas, aunque yo creo que éramos más, en un Molinón pintado de un marrón extraño y desconchado. Mi sitio habitual era la tribuna este, casi esquina con la sur, y desde ese lugar privilegiado puede ver con claridad a Lediakhov irse por la izquierda y definir con la derecha con maestría y después subirse a la valla a celebrar con la afición; pude ver el derechazo de Marcel Sabou que estás en los cielos tras recoger sin pensar el rechace de un córner. Un gol que devolvía la calma tras el empate del Lleida; pude ver a Lediakhov detener el tiempo al borde del aura para asistir a Dani Bouzas que entraba por la derecha y asistió para que Pier anotara el que parecía el gol de la tranquilidad.
Luego llegó el gol de Salillas en el 85, la amenaza de que otro gol de los ilerdenses nos mandaba a segunda, ver a Ramón muy pequeño para aquella portería tan grande (luego estuvo enorme) y ya no querer ver más. Recuerdo sentarme en aquella tribuna que se caía y meter la cabeza entre las rodillas para guiarme únicamente por el sonido de la grada. Recuerdo un reloj que no avanzaba, un pitido final que no llegaba y una sensación de angustia que me animaba a rezarle a dioses en los que no creía.
Nada volvió a ser lo mismo desde ese 28 de junio de hace 30 años y un día (cuando escribo estas líneas). Esa fue la antepenúltima alegría colectiva de un equipo al que su pasado glorioso cada vez le quedamos menos personas que lo hayamos visto en directo.
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