«Esto va a ser muy duro, pero no vamos a parar: el recuerdo de Ana nos va a dar fuerzas y no vamos a descansar hasta que se pague lo que nos han hecho». Así se expresaba ayer Cecilia Fernández, la madre de Ana Suárez Fernández, la niña de 18 meses que falleció el pasado jueves tras atragantarse con un grano de maíz en Luiña (Ibias), una vez concluido el funeral de la pequeña. Cecilia y Óscar Suárez, su marido y padre de Ana, tienen claro que el trato que recibieron en el Hospital, en Oviedo, no fue el adecuado para salvar la vida de su hija, que fue sometida a varias pruebas antes de recibir el alta. «Yo insistí para que los médicos hicieran algo, pero valoraron no hacer la broncoscopia y, sin indicación ninguna, nos mandaron a casa. En todo momento dudaron de que la nena tuviera un grano de maíz en la garganta, casi aseguraban que no lo tenía». La mujer saca fuerzas de donde no las tiene para narrar las últimas horas que pasó con su hija: «Me levanté por la mañana y la vi toser y se empezó a ahogar y... y se me quedó». El padre también se queda sin palabras al recordarlo: «Que se te muera un niño en los brazos es muy duro, muy duro...».

La niña se había atragantado con un grano de maíz mientras comía palomitas el sábado 9 de marzo. Tras visitar el centro de salud de Luiña, fue derivada al Hospital de Cangas del Narcea, donde, al no poder practicar la extracción del grano, la enviaron en ambulancia a Oviedo. En el Hospital Central de la capital asturiana, la pequeña estuvo toda la noche del sábado sin comer ni beber, a la espera de ser anestesiada para realizarle la extracción, pero el domingo por la mañana fue dada de alta. Cinco días después, el jueves 14 de marzo, por la mañana, Ana comenzó a respirar mal de nuevo y falleció, según los familiares, por culpa del grano de maíz que no se le extrajo en el hospital, algo que ha confirmado la autopsia realizada al cadáver.

Desde el Servicio de Salud del Principado de Asturias (Sespa) se ha puesto en marcha una investigación que aclara todos los hechos acaecidos y que han llevado a una familia a la absoluta desesperación y a un dolor extremo. «A nosotros nos dijeron que la sedación para hacerle la broncoscopia era muy complicada. Veían que hiperventilaba del pulmón derecho, pero no sabían si era moco o un grano de maíz. Nos dijeron que la única posibilidad de expulsar el grano, en caso de que estuviera ahí, era la broncoscopia, y que no nos preocupáramos porque eso no se iba a mover de ahí», relata Cecilia.

Estos padres están convencidos de que la muerte de su hija podría haberse evitado con una broncoscopia, y Suárez añade: «Yo a mi hija la perdí, y veo a su hermano llamando a su hermana todos los días. Y el responsable de esto no sé si tiene hijos, pero si los tiene están en casa, y la mía no».

A cientos, los vecinos de la parroquia de Luiña y de todo el concejo de Ibias, así como de Degaña, se acercaron para arropar y consolar a estos padres. En el medio, Óscar y Cecilia, destrozados, fueron incapaces de articular palabra o de dejar de llorar ni por un momento en el funeral.

La iglesia parroquial de Tormaleo, pueblo muy cercano a Luiña, se quedó pequeña para acoger el acto religioso de despedida a Ana. Esta familia, los padres y el hermano de Ana vive en el poblado de Villares, un barrio de Luiña construido para alojar a los mineros que trabajaban en la explotación de Tormaleo. Era, en un principio, un lugar para alojar a los trabajadores que venían de fuera, pero con la decadencia de la mina, la empresa llegó a vender las viviendas a los que ya vivían en ellas, y dejó de ser una zona privada para ser un pueblo en sí mismo.

El padre de Ana, Óscar, de hecho es minero del grupo Tormaleo. Fue trasladado, junto con sus compañeros, a la explotación de Coto Minero Cantábrico en Cerredo, ambas propiedad de Victorino Alonso. Hace unos quince días se quedaba en el paro en medio de los despidos masivos que ese empresario está practicando en sus empresas. Ahora, el dolor inunda a toda su familia por una muerte a la que no encuentran explicación.