Muchas personas se concentraron en las inmediaciones del edificio de La Arena en el que

las dos pequeñas encontraron la muerte, en la avenida de los Quebrantos. Y muchos se dieron cuenta entre lágrimas de lo que iban a echar de menos a las dos morenas vivarachas de 7 y 9 años que habían visto muchas veces en la localidad marinera. Una de ellas, Sara, que acababa de cumplir años, iba a hacer la Primera Comunión este curso. Eran asiduas de la biblioteca, participaban en el grupo de teatro, y eran muy queridas en la escuela y en su pueblo de Soto del Barco.

Algunos vecinos aseguraron haber vivido episodios en los que el padre maltrataba a las pequeñas. Un empleado municipal reconoció que en una ocasión llegó a llamar la atención al presunto homicida por la forma en que estaba tratando a las crías, golpeándolas en público. "Son tozudas, no hacen caso", aseguró que respondía.

Los vecinos no entablaron mucha relación con José Ignacio Bilbao Aizpurúa. "Era un tipo solitario, paliduco, apagado; con el pelo canoso, alto y delgado", afirmó un vecino. Rara vez se comunicaba con nadie y en la mañana de ayer fue visto tomando un café en un bar de La Arena. "A mí me pasó el periódico", recordaba una mujer. "Se relacionaba más en Soto", apuntó otro.

"Esto es increíble, esto es un pueblo muy tranquilo y encima lo tienen que pagar unas crías; si tenía problemas que se hubiera matado él", comentaban en un corrillo frente a la vivienda, donde los agentes de la Guardia Civil y Policía Local inspeccionaban los cadáveres acompañados del juez de Pravia.

En Soto del Barco, donde vivían la madre y las pequeñas, la noticia fue cayendo a cuentagotas. Algunos vecinos supieron del trágico suceso por los periodistas. Apenas podían dar crédito. "Era una familia muy integrada en Soto del Barco", señalaron. La madre de las niñas es natural de Cudillero, pero en Soto se sentía a gusto ya que una de sus hermanas reside allí tras haberse casado con un vecino. El matrimonio estuvo viviendo un tiempo en Novellana y posteriormente se trasladó a la capital sotobarquense, a una vivienda de dos pisos próxima a una urbanización.

Miguel Ángel Fernández, de Soto del Barco, supo de la tragedia pasadas las diez y media, cuando llegaba de trabajar de Arcelor. "No me lo puedo creer, madre mía, la mayor ha ido siempre al colegio con la mía", exclamó. "Hace un año o poco más le regalamos un cachorro de mastín a las niñas, y ellas siempre salían con ese perro y con otro, les encantaban, eran unas niñas muy alegres, que iban a la tienda, salían con el perro€", relató Enrique Jiménez.