Caso Abierto - La Nueva España

Caso Abierto - La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un asesino envuelto en sombras

José Ignacio Bilbao se dejaba ver todos los días en un bar de La Arena, tomaba cafés, leía el periódico "y no se relacionaba con nadie"

Un asesino envuelto en sombras

"Me estoy dando cuenta ahora de que era un tipo misterioso". Quien habla es Josefa Barriga. Está sentada bajo el televisor de su cafetería, el local en el que José Ignacio Bilbao tomaba cafés todas las mañanas y todas las tardes. Este pasado jueves, Bilbao golpeó hasta la muerte a sus dos hijas -Amets y Sara, de 9 y 7 años-, luego cogió el coche, se detuvo en el viaducto de La Concha de Artedo y se tiró al vacío. "Era, sí, misterioso: llegaba, se sentaba en la banqueta de la esquina del mostrador, leía el periódico y salía a la terraza para fumar", añade Barriga. Fumaba puritos y no hablaba con nadie y, si lo hacía, sólo de "malos modos". Ahora son Loli González y Begoña Menéndez las que lo recuerdan. "El otro día lo teníamos en la mesa de al lado. Estábamos hablando y, parece ser, le molestábamos. Cerró el periódico con aspavientos diciendo que no le dejábamos concentrarse. Sí, eso dijo: concentrarse", señala González con cierta indignación.

Todos los vecinos del asesino del Carrizal -la urbanización en la que José Ignacio Bilbao vivía de alquiler desde su regreso a La Arena, hace unos pocos meses- coinciden cuando afirman que "no se relacionaba con nadie". Una con la que sí que hablaba era María Montes, una de las camareras de la cafetería de Josefa Barriga. "Venía por la mañana, pedía su cortado. Estuvo hablando conmigo sobre los alquileres en el pueblo. Somos vecinos. Cuando llegaba a casa por la noche me lo solía encontrar apoyado en la ventana de la cocina, fumando", asegura la camarera.

"Mi marido no ha podido dormir esta noche", apostilla Josefa Barriga. "Estuvo hablando hasta las dos de la tarde. Se despidió de él. 'Voy a ver qué me da de comer la Pepa', le dijo. La Pepa soy yo. Luego, unas horas después, las mató a las dos", apunta Barriga tratando de comprender lo sucedido. "Me dijo mi marido que habían estado hablando de las angulas, de si daban o no daban dinero. Pero no porque él quisiera salir a pescar, por hablar de algo", añade. ¿Estaba en paro? "Todos los días estaba aquí, todo el tiempo. ¿Cuándo iba a trabajar?", responde Diego Calvo, también detrás de la barra del bar El Parque, el epicentro, ayer, de todos los comentarios, de todas las sorpresas e indignaciones. Los que leían la prensa en la barra apostillaban cada palabra publicada con adjetivos altisonantes.

José Ignacio Bilbao Aizpurúa vivía en La Arena "desde este verano", comenta uno de los vecinos que lo veía en la terraza del bar, con su café y con el purito que compraba en el estanco, a la vuelta de la esquina. "De vez en cuando echaba una bonoloto", apunta la estanquera. "Luego cogía un purito de la caja y se marchaba. No decía nada. No comentaba nada", explica el estanquero detrás de su mostrador.

"La cosa era de tal misterio que yo no sabía siquiera que tuviera hijas", comenta María Montes. "Cuando me dijeron que había matado a unas niñas pensé en sus nietas", añade la camarera. El asesino y suicida había nacido en la localidad vizcaína de Bausari hace 55 años. Hace más de diez años cambió su pueblo por Castro Urdiales, en Cantabria. Llegó a Asturias y se estableció en la localidad pixueta de Novellana. De allí se fue cuando su pareja, Bárbara García Martínez, estaba embarazada de su hija pequeña, de Sara. Los dos se fueron a vivir a Soto del Barco y a comienzos del pasado año 2013 la pareja se disolvió: José Ignacio Bilbao regresó a su tierra y Bárbara García se quedó en la capital del concejo al cuidado de las dos niñas que su padre asesinó. Bárbara García no era su primera pareja, aseguran los vecinos del asesino y suicida. Se había casado en primeras nupcias y se había separado de ella.

En el bar "Stop" de Soto del Barco, donde también acudía a menudo, era conocido por tratar de escaquearse de pagar el café y acaparar el periódico, hasta el punto de que había que quitárselo, según indica la regente, de nombre Cleusa. Los parroquianos no tenían dudas: "Más le valía haberse matado él primero y dejar a las crías".

Compartir el artículo

stats