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El caso de la peregrina norteamericana, esclarecido en Asturias

Los amigos de ruta de "un tipo de lo mejor"

Los peregrinos que acompañaron por Asturias al presunto asesino elogian su "nobleza" y compañerismo en el Camino

El albergue de peregrinos de Grandas de Salime. GUSTAVO GARCÍA

La muerte. Hay peregrinos que ven la muerte cuando, después de bajar la interminable pendiente desde el pueblo allandés de Berducedo, llegan agotados al embalse del Navia creyéndose en un final de etapa y allí la ruta jacobea se empina a dolor hasta Grandas de Salime. Con la muerte en los talones, y en el empeine, y en los dedos, y en las rodillas, y en todo el cuerpo, logra arribar el peregrino a la capital grandalesa. Pero con suerte siempre encontrará una mano amiga, un caminante "majo, buena gente", de ésos que siempre "se quedan atrás esperando por los rezagados". Así es justo como describen a Miguel Ángel Muñoz Blas los peregrinos que a la una y cuarto de la tarde de ayer hacían cola en el albergue grandalés en busca de una cama donde descansar sus huesos muy pasados de kilómetros. Ninguno de ellos podía imaginar que la muerte encarnada había caminado a su lado, al menos, desde el amanecer.

"Pues aquí habrá tías que han dormido junto a él en el albergue cuatro o cinco noches seguidas. Van a tener que ir ahora al psicólogo", decía ayer por la tarde uno de los peregrinos que habían acompañado estos días por el suroccidente asturiano al presunto asesino de la turista norteamericana. Y lo expresaba con esa risa floja que producen los nervios: el humor involuntario ante el latigazo de lo terrible.

Unas horas antes había visto cómo dos policías aparecían de improviso, a las cuatro de la tarde de un día soleado, y ponían una pistola en la cabeza del hombre que acababa de pagar, a medias con otro, los bocadillos de un grupo de ocho caminantes. Era en la terraza del bar Centro de la villa grandalesa. Miguel Ángel Muñoz hacía la digestión de un dulce que había pedido, sentado junto a un barril, rodeados de gente en sillas de plástico blancas, verdes y amarillas, junto a un palo de sombrilla sin sombrilla y a otra cerrada, roja, con el logotipo de una conocida marca de helados. ¿Qué raro podía pasar en una tarde así en Grandas?

"Era un chaval más majo que el copón", sentenciaba otro peregrino. Un tipo de lo mejor "y un poco hippie", añadían. No quedaba claro si eso es bueno o malo. La mayoría de los peregrinos presentes ayer en Grandas no tenía palabras, no salía de su asombro. La escena de la detención los había dejado estupefactos. "Le pusieron la pistola en la cabeza como si fuera el narco más peligroso". Ninguno quería desvelar su identidad. La imagen que a lo largo de los pasados días habían ido perfilando de Miguel Ángel Muñoz como una persona "noble" y siempre dispuesta a explicar a los peregrinos novatos las dificultades y encantos de la ruta quedaba hecha añicos. Los agentes que lo detuvieron advirtieron a las siete u ocho personas que se encontraban con el presunto asesino que se trataba de una persona "muy, muy peligrosa". Pues sí, era la muerte en persona y ellos ni se habían enterado.

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