La Policía se las vio y se las deseó para atrapar a los Mercheros, que como es lógico, tomaban todas las precauciones del mundo para que su actividad pasase desapercibida. Lo relataron ayer en el juicio que se sigue en la Audiencia Provincial -el ministerio público solicita penas que suman 87 años y medio de cárcel y multas por importe de millón y medio de euros- los agentes que tuvieron que realizar los interminables seguimientos a los miembros del clan. Fueron siete meses avanzando desde los escalones más bajos, dejando que se produjesen diferentes "pases" de droga sin realizar detenciones, todo con el objetivo de llegar a la cúpula de la organización.

Los integrantes de la banda se movían casi siempre de noche. La hora adecuada para sus desplazamientos, relató un policía, era entre las nueve y media y las diez y media de la noche, momento en el que se produce el cambio de turno en la Comisaría y por tanto no hay coches patrulla por la calle.

Era en ese momento cuando los acusados, dicen los agentes, se desplazaban a los zulos que tenían entre La Moñeca y Molledo, en el concejo de Siero lindando con Langreo. Los agentes fueron acotando poco a poco el lugar donde guardaban la droga, que una zona de castaños, "bosque salvaje". Los agentes se apostaban en esta zona cuando, por las escuchas a las que estaban sometido los integrantes del grupo, intuían que iba a producirse un "pase", primer a distancia, en la parte más alta del bosque, o en una finca situada en la parte más baja. Higinio N. J. y Jacinto N. V., los supuestos encargados de mover la heroína, se acercaban hasta la zona y llegaban a los zulos alumbrando con linternas o mechero, armados al parecer de una piqueta para poder escarbar. En las últimas fases de la investigación, los agentes llegaron a estar a cinco metros de los zulos, mientras los narcos sacaban la droga. Finalmente los localizaron, usando varillas para no remover el terreno. La droga, en grandes bolas de 100 o 200 gramos, estaban en botes de cristal, enterrados bajo una densa capa de hojarasca. La primera vez no las tocaron, por miedo a que tuviesen un precinto o una señal -una bola-cebo- que indicase a los traficantes que alguien ajeno había estado allí.

Los "pases" se realizaban también de noche, en lugares apartados, como El Ponticu o el campo de fútbol de Lada, en Langreo, "de coche a coche, con muy poco diálogo, muy rápido". Otras veces se encontraban en la senda peatonal situada junto al Sanatorio Adaro, en Sama. También se reunían en una carretera paralela al Corredor del Nalón, que consideraban menos controlada, o la interior que une Barros con La Felguera.