Tomasín, genio y figura. O la cabra tira al monte. El hombre que mató a su hermano Manuel en defensa propia en el verano de 2011 en una cabaña de La Llaneza (Tineo) salió ayer por la mañana de la cárcel de Asturias tras cumplir los seis años que le impuso la Justicia y lo primero que hizo fue adentrarse en el monte que veía a diario desde la cárcel. "He estado seis años rodeado de gente y ahora quiero estar uno o dos días solo", aseguró, mientras acarreaba en una bolsa de basura sus pertenencias. Tomás Rodríguez Villar añadió que no sabe si regresará a La Llaneza. Quizá no quiera rememorar todo el drama que vivió. Allí le espera su heredad, una casa y unos cuantos prados. La vivienda ha sido adecentada por su prima Edelmira y el marido de ésta, Fidel, vecinos de Llanu'l Riegu. Ayer llevaron una bombona de butano y podía verse ropa recién lavada y tendida.

Pero aunque los vecinos de este minúsculo pueblo tinetense le esperaron todo el día con intriga, ayer no se dejó ver por allí. Estaba reencontrándose consigo mismo y la naturaleza. Nada más abandonar el penal, donde ha estado viviendo en la enfermería, Tomasín agradeció al personal de la cárcel el trato brindado durante estos seis años, en los que no ha querido beneficiarse de ningún permiso, ni del tercer grado que le hubiese permitido salir a la calle hace ya año y medio. Como explicó, vivía dedicado a cuidar del huerto y de los bonsáis de la prisión, un remedo de los árboles con los que convivía durante su vida en el monte. Justificó el no haber cogido los permisos por ese trabajo que tenía que hacer. Ayer confesaba, no obstante, que tenía ganas de que llegase el día de su excarcelación.

Su única preocupación nada más salir era volver al monte, quizá con nostalgia de su vida al raso, de los 57 días que pasó huido de la Guardia Civil tras descerrajar dos perdigonazos a su hermano en la cabeza. Aseguró que pensaba arreglar en unos días unos papeles y que deseaba encontrar trabajo.

Nadie le esperaba a la puerta del centro. "No quiso que fuésemos a buscarlo", admitía ayer su prima Edelmira, con cierta tristeza. "La última vez que le vi fue hace un año. Dejé de ir a verle porque el pobre se echaba a llorar", añadió esta mujer. "Sólo espero que deje de sufrir. Estar encerrado en la cárcel no es plato de gusto para nadie. Ojalá encuentre trabajo, yo no se lo puedo dar", sentenció. Y en cuanto a su nueva huida al monte, esta mujer no quiso mojarse: "Que haga lo que quiera".

Una vez en libertad, Tomasín no quiso ni coger un taxi, ni esperar al tren en el apeadero de Tabladiello. Vestido con un chándal, cogió sus bártulos y una cazadora y se fue carretera abajo hacia Villabona, seguido por varios periodistas. No se atrevía ni a sentarse en la cuneta, no le fuesen a multar o algo peor. "Acabo de salir y no quiero volver a entrar", dijo. Cansado de cháchara, cogió un camino hacia el monte y se esfumó.

"No hablaba con nosotros, nos dejaba carteles", recuerdan sus vecinos

En La Llaneza, había expectación. “Estamos esperando que venga y que sea buen vecino”, indicaba Tomás González Parrado hijo, de 47 años, tres menos que Tomasín. Al saber que lo primero que había hecho era echarse de nuevo al monte, llegó a la conclusión de que el paso por la cárcel no había cambiado a su vecino. “Siempre fue muy desconfiado. Es una persona enferma. No entiendo que lo hayan dejado salir así, sin nadie que lo tutele y lo traiga hasta aquí. Ya veremos ahora si toma la medicación”, indicó.

Tomás González Parrado padre le echaba un poco de sabiduría popular al asunto. “El que murió ya no vuelve. El que quedó ahí ta”, comentó, haciendo referencia a que Tomasín podrá disfrutar ahora de toda la herencia, tras la muerte de todos sus familiares directos. Junto a la finca todavía están el tractor, medio cubierto por la maleza, y el Mercedes de su hermano, ya muy deteriorado. En su interior, un bolso de mujer. “Manuel no era mala persona, sólo quería meter en vereda a su hermano”, dijo Tomás González hijo.

La cabaña en la que vivía Tomasín, por encima del pueblo, está ahora en un estado lamentable, pero cuando él vivía allí no era mucho mejor. Los vecinos aún recuerdan el mal olor que despedía aquel chamizo en el que Tomasín dormía con los caballos y las vacas. “Una vez puso un cartel en la puerta que decía: ‘No se permite el paso, peligro de muerte’. No hablaba con nosotros, nos dejaba carteles”, indicó González hijo.

Su padre recordó que una vez se les perdió un poni y Tomasín les dejó otro cartel: “El caballo enano está en la peña de Buscabrio”, la elevación que hay encima del pueblo. Ahora la gente se hace fotos en lo que llaman el “santuario de Tomasín”, un refugio que acondicionó en la peña cerrando una pequeña oquedad en cuyo centro preparó un pequeño hogar para encender fuego. Por Navidad, la gente que pasaba por allí le dejaba hasta turrón. Siempre quisieron mucho a este ermitaño. Ayer empezó el resto de la vida de Tomasín, lejos ya de la prisión.