La muerte de un hijo es algo que se queda grabado a fuego en el corazón de un padre, sin que los años puedan borrarlo jamás. Los últimos momentos de Ana acompañarán por siempre a Cecilia Fernández y Óscar Suárez, sus padres. Ayer los rememoraron de forma vívida, dejando un nudo en la garganta de los presentes en la sala de vistas. Tras todo el desesperado periplo que se inició el nueve de marzo de 2013 -el centro de salud de Tormaleo, el hospital de Cangas del Narcea, el HUCA, y de nuevo, por dos veces, el centro de salud-, el día 14, jueves, por la mañana, se produce el fatal desenlace. “Sobre las ocho de la mañana siento toser y voy corriendo hasta su habitación. Estaba sentadina en la cama, hacía ruidos, no le entraba el aire._Entonces le hice el boca a boca para que no se ahogase.Llegaron mi cuñado, mi marido, también el médico. Nada más cogerle el médico la mano, la soltó y dijo: ‘Hay que llevarla centro de salud’.Llegamos al consultorio, la ponemos en la camilla y le sigo haciendo el boca a boca. Entonces me dí cuenta de que había muerto y dije: ‘Ya está, Óscar’. No hay más, les dije que se había tragado una palomita, la abrieron y la tenía allí”, relató entre lágrimas, aunque con gran entereza, Cecilia Fernández. A estos padres les han quedado dos hijos, pero el vacío dejado por Ana jamás podrá ser llenado.

El juicio por la muerte de Ana Suárez Fernández, la niña ibiense de 19 meses que falleció el 14 de marzo de 2013 después de atragantarse con un grano de maíz sin que los médicos fuesen capaces de descubrirlo y extraerlo, está siendo un torrente de emociones encontradas. De un lado, unos padres que justamente claman justicia por la muerte de su hija, que atribuyen a una negligencia médica, algo en lo que les da la razón la Fiscalía. Del otro, una médica con doce años de experiencia, que defiende con uñas y dientes su profesionalidad y asegura que hizo todo lo que marcaba el protocolo. Aquí tienes toda la información del juicio.